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“Y muy de mañana, el primer día de la semana, vienen al sepulcro, a la salida del sol” San Marcos Capítulo 16


San Marcos nos dice: “Vienen al sepulcro a la salida del sol”, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Este grupito de seguidores y seguidoras suyos días antes  habían caminado junto con la multitud que escarnecían a Jesús y se burlaban de Él mientras caminaba hacia el lugar llamado de la Calavera o Gólgota. Pocas horas antes habían sido testigos de cómo los enemigos del Señor  clavaban su precioso cuerpo a un viejo madero en forma de cruz, y le habían visto morir en aquel  cerro solitario y gris que quedaba en las afueras de Jerusalén. ¡Qué doloridos se sentían! ¡Qué abatidos estaban!. La luz se había disipado repentinamente y la esperanza se había frustrado en un abrir y cerrar de ojos. Cuando desaparece la esperanza, la última esperanza, invariablemente aparece la desesperación total.

 ¿Acaso no había dicho que resucitaría? No le había dicho a María y Marta, las hermanas de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida” ¿No había resucitado al hijo de la viuda que vivía en Naín y también a Lázaro después de cuatro días de muerto? Con qué facilidad olvidamos sus palabras preciosas cuando estamos sumidos en profundas tinieblas, faltos de fe y no podemos ver la mano del Señor, ni discernir su presencia. Nos olvidamos que “en la noche oscura, cuando no llega luz desde afuera, es cuando la fe debe resplandecer”.

 Algunos discípulos lo habían abandonado, otros discípulos agobiados y confundidos les aguardaba una sorpresa maravillosa. Fueron recibidos por ángeles que les tenían un anuncio hecho exclusivamente para ellos: “No está aquí, ha resucitado como dijo”. Esto les produjo un sobresalto y la esperanza volvió a surgir en sus corazones. Había sido un murmullo de paz, dulce paz!. Su amarga noche de lloro se transformaba en una mañana de gozo, alegría y bendición jamás experimentada. Quien no ha experimentado  el dolor  agudo no puede experimentar la gloria más excelsa. ¡Qué alegría! ¡Qué clamor triunfal saludó a la mañana de aquella primera pascua!. Era la mañana anunciada de todos los tiempos.  Era el triunfo de Cristo sobre Satán. Su triunfo cubre todo el pasado y llega hasta nosotros  en este mismo momento. ¡Nosotros triunfamos en la victoria de su resurrección! ¡Satanás es ahora un enemigo derrotado para siempre!. San Pablo escribiría posteriormente “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” El aguijón de la muerte es el pecado, y el pecado ejerce su poder por la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”

Finalmente termino con estas palabras de las Sagradas Escrituras: “sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.

Pbro. Rodolfo Torres Pérez