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SOBRE EL YUNQUE   De Max Lucado


Con brazo firme y cubierto con su mandil, el herrero pone en el fuego, sujeta el metal caliente y lo coloca sobre el yunque. Con aguda mirada estudia la resplandeciente pieza. La ve como es ahora y piensa cómo le gustaría que sea… más filosa, más chata, más ancha, más larga. Teniendo en su mente la precisa figura, comienza a golpearla. Con la mano izquierda sujeta con las tenazas la pieza caliente y con la derecha da golpes con la almádena de dos libras sobre el metal moldeable. En el duro yunque, el dúctil hierro es moldeado. El herrero sabe la clase de instrumentos que quiere. Sabe la medida. Sabe cuán preciso lo desea. Sabe con que fuerza lo necesita. ¡Plang! ¡Plang! golpea el martillo. Pero esa respuesta no surge fácilmente, no viene sin cierta disconformidad. Deshacer el viejo metal y darle forma al nuevo es un arduo proceso. Mientras el metal está en el yunque, es posible para el fabricante de herramientas quitar los rebordes, arreglar las resquebrajaduras, rellenar las grietas y limpiar las impurezas. Entonces el herrero cesa. Deja de dar golpes y pone el martillo a un lado. Con su brazo izquierdo levanta la nueva pieza de metal sujeta con las tenazas hasta la altura de sus ojos. en la silenciosa quietud, examina la humeante herramienta. Da vuelta la incandescente pieza mirando cuidadosamente si le quedó alguna rebarba o rajadura. No hay ninguna. Ahora el herrero comienza la etapa final de su trabajo. Coloca el instrumento en un balde de agua. El metal comienza inmediatamente a endurecerse produciendo un silbante vapor. Tal vez usted haya estado en el yunque de Dios, allí, derretido, sin forma, sin hacer, puesto en el yunque para… ¿ser re-hecho? (Hay que quitarle algunas puntas ásperas) ¿Disciplinado? (Un buen padre disciplina) ¿Probado? (Pero ¿para qué tan duro?). Lo sé, yo estuve allí, es durísimo. Es una caída espiritual, es hambruna. El fuego se va, aunque el fuego arda un tiempo, pronto desaparece. Somos arrastrados para abajo, descendemos al nebuloso valle de las preguntas, andamos en medio de la neblina por la tierra del desaliento. La motivación disminuye, el deseo está distante. Las responsabilidades nos abruman. ¿Pasión? Se escabulló por la puerta. ¿Entusiasmo? ¿Estás bromeando? ¡Es hora del yunque! Puede producirse debido a una muerte, una separación, una bancarrota, falta de oración. Se baja la llave de la luz y el cuarto queda a oscuras. «Las muy bien pensadas palabras de ayuda y esperanza ya han sido dichas. Pero yo sigo herido, preguntándome … » ¡En el yunque! Cara a cara con Dios, quebrados, nos damos cuenta que no tenemos otro lugar a donde ir. Jesús en el jardín de Getsemaní Pedro con el rostro bañado en lágrimas. David después de Betsabé. Ellas y el «silbo apacible> Pablo ciego en Damasco. Golpe, golpe, golpe. Espero que usted no se halle en el yunque, (A no ser que lo necesite. De ser así, espero que lo esté.) ¡La hora del yunque no hay que esquivarla, hay que vivirla! Aunque el túnel es negro, conduce a la montaña. El yunque nos recuerda quienes somos y quien es Dios. No debemos tratar de escapar. Escapar del yunque puede ser escapar de Dios… Dios ve nuestras vidas desde el principio hasta el fin. El puede llevarnos a través de la tormenta a los treinta años para que podamos soportar un huracán a los sesenta. Una herramienta es útil solamente si está en buenas condiciones. Un hacha sin filo o un destornillador doblados necesitan atención, lo mismo sucede con nosotros. Un buen herrero mantiene sus herramientas en buen estado. Lo mismo hace Dios. Si Dios lo pone en el yunque, agradézcale. Eso quiere decir que El cree que todavía vale la pena que usted sea moldeado. ¡Es la hora del yunque! “Y Jesús teniendo misericordia de él, extendió la mano y le toco, y le dijo: Quiero, sé limpio” Marcos 1:41