Vishal Mangalwadi visitó una vez Holanda. Una tarde, su anfitrión el Doctor Jan van Barnevel, le dijo: «vamos a comprar un poco de leche». Y ambos se dieron un paseo hasta la granja. Ésta le sorprendió porque no había ahí ningún operario que ordeñara. No tenía idea que hubiera máquinas para ordeñar vacas y bombear leche a un gran depósito. Entraron en el almacén y no había ahí nadie que vendiera la leche. El esperaba que Jan tocara un timbre, pero nada, abrió un grifo, puso la jarra debajo y la llenó. Luego extendió la mano hacia una ventanilla hacia un tazón con dinero en efectivo, sacó su billetera dejó 20 florines, tomó el cambio, se lo guardó en el bolsillo, devolvió el tazón a su sitio, tomó su jarra y reanudó la marcha. Vishal se asombró mucho.
Si fuera usted indio –le dijo– se llevaría la leche y el dinero. Jan se echó a reir. Hace unos años Vishal contó esta anécdota en Indonesia y un egipcio entre la audiencia se moría de risa. Todos los presentes se volvieron hacia el y no tuvo más remedio que explicarse «nosotros somos más listos que los indios. Nos llevaríamos la leche, el dinero y las vacas». En aquel jocoso instante, Vishal comprendió y recapacitó: si el se hubiera ido con el dinero y la leche, el dueño de la vaquería habría tenido que contratar a una vendedora. ¿Quien tendría que pagarla? ¡El consumidor! Además, si los consumidores son deshonestos, porqué iba a ser honesto, el proveedor añadiría agua a la leche para aumentar su volumen. Luego alguien protestaría por la leche adulterada; el gobierno tendría que nombrar inspectores lácteos. ¿Quién pagaría a los inspectores? ¡El contribuyente! Si los consumidores y los proveedores son deshonestos porque iban a ser honestos los inspectores. En principio el proveedor pero en última instancia el consumidor. Consecuencias de este episodio es que para cuando él hubiera pagado la leche, la vendedora, el agua, el inspector y el soborno … Después de haber pagado todas esas cosas, lo más probable es que no le quedara dinero para invitar a sus hijos a tomar un helado el sábado por la noche. El que fabrica y vende helados añade valor a la leche, mientras que la vendedora, el agua, los inspectores y el soborno, no añade nada. Al pagarlos, uno sencillamente paga las consecuencias de su pecado. De su inclinación a la codicia, el hurto de leche y el dinero del prójimo. El alto precio de pagar por el pecado le dificulta la compra de helados; es decir, el precio del pecado le impide de fomentar una genuina actividad económica. Su cultura de desconfianza y de deshonestidad le priva de un dinero que podría ser usado para proporcionar mejor calidad de vida a sus hijos y empleo productivo a sus vecinos.
Cómo marcar una diferencia? Conocer y temer a Dios no es una cuestión «espiritual» ultramundana. Es el principio de la sabiduría. Es la clave para una vida nacional sana. La Reforma transformó Occidente porque hizo de los europeos aprendices aventajados cuyo libro de texto fue la Biblia y Jesús su maestro supremo. La elección que tiene por delante nuestra generación es buscar una vez más el conocimiento de Dios o hundirse en un abismo de ignorancia, corrupción y esclavitud paganas. Seamos honestos, demos ejemplo a las siguientes generaciones.
Por: Vishal Malgalwadi