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¡MIS HIJOS SON GRANDES!


Se que varios terminaron ciclos escolares importantes y sería más fácil felicitarlos que escribir esto… sin embargo estoy preocupado… Una de mis mayores preocupaciones como pastor de jóvenes es que, al final de su periodo con nosotros, la vida de los muchachos esté llena de logros, felicidad, que sean buenos ciudadanos, hijos, hermanos, esposos, que sean productivos y gente que aporte a su comunidad; estamos haciendo lo que está a nuestro alcance para lograr esas metas, y sin embargo, lo más importante para nosotros no es esto, sino que al final de su tiempo dentro de los grupos de jóvenes, ellos sean personas enamoradas de Cristo, que conocen bien la Palabra, que tienen la oración como una práctica real en sus vidas, que predican a Cristo y que viven de acuerdo a los designios del Padre….  Tristemente, no siempre lo logramos y por ello quiero hacer un llamado tanto a jóvenes como a sus padres. Hemos estado viendo como algunos muchachos que estaban enamorados del Señor, predicaban de Él y cuyas formas de ser habían sido transformadas por Cristo, ahora están muy inmersos en los “negocios” del mundo, todas esas cosas que la Biblia llama “el afán de este siglo y el engaño de las riquezas” (Mt 13), “los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” (1Jn 2). Lo más triste es que veo a muchos padres felices porque sus hijos son grandes profesionistas, que ganan dinero y tienen lindos puestos pero no los cuestionan (o no le interesa) sobre su vida espiritual; por ello estos jóvenes terminan al final con divorcios, adulterios, perseguidos, enfermos, deprimidos, o en caos… ¿Quién nos dijo que es más importante un sueldo o un puesto que el Señor y sus asuntos? ¿Quién nos convenció de mentiras para no fomentar en nuestros hijos las convicciones cristianas aun en sus etapas adultas?

Iglesia… Crecer no significa decrecer en Cristo, madurar no significa dejar nuestro primer amor, entrar al mundo de los adultos debe ser una gran oportunidad para hacer una diferencia en él, no para hacernos iguales a ellos en sus debilidades y razonamientos mundanales, y acceder al mundo laboral no debe ser un pretexto para abandonar la casa de Dios… Cuidado, recordemos al señor (Lc 12) llamando necio al que hace para sí tesoro pero no es rico para con Dios.

Pbro. Efraín Reyes Bonilla