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Me preocupan mis hijos


por Alejandra Stamateas

Éxodo 20:8: ”Acuérdate del sábado, para consagrarlo. Trabaja seis días, y haz en ellos todo lo que tengas que hacer, pero el día séptimo será un día de reposo para honrar al Señor tu Dios. No hagas en ese día ningún trabajo, ni tampoco tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni tampoco los extranjeros que vivan en tus ciudades”.
¿A cuántas nos preocupan nuestros hijos? ¿Qué área de la vida de tus hijos te preocupa? Tal vez tu hijo perdió la voluntad de estudiar y no encuentras manera de motivarlo, quizás tenga problemas en el colegio o tal vez te preocupen sus amistades, la noche, la inseguridad. También es posible que te preocupe pensar si estás educando correctamente a tus hijos, que se alejaron de la familia, cómo sacarlos de Internet o cómo decirles que formaste una nueva pareja. A muchas madres les preocupan los novios de sus hijas, que son rebeldes, que están desempleados, que les faltan el respeto, que les hacen más caso a la abuela que a ellas, que se dejan mandar por las novias.

Siempre hay un área en que a las madres nos preocupan nuestros hijos. Yo no te voy a decir que no te preocupes, porque te vas a preocupar igual, porque cuando vemos que un hijo la está pasando mal, siempre nos angustiamos. Pero vamos a analizar algunas herramientas que nos pueden ayudar a atravesar estos momentos de preocupación.
Las relaciones entre padres e hijos son siempre conflictivas. No existe una relación entre padres e hijos que sea ideal. Siempre va a haber algo que nos preocupe.
Voy a compartirte tres puntos importantes que te van a bendecir:

Primero:
 Siempre me voy a enfrentar a una batalla de voluntades. 
¿Qué es la batalla de voluntades? Es la batalla entre lo que quieres, que crees que es lo mejor para tu hijo, y lo que tu hijo quiere, que también cree que es lo mejor para su vida.
Nuestros hijos tienen voluntad propia y la quieren usar. Nosotros también tenemos voluntad y también la queremos usar, por eso aparecen batallas de voluntades. Los padres creemos que tenemos las decisiones más o menos acertadas para nuestros hijos, creemos que lo que decimos, lo que pensamos, lo que miramos con respecto a nuestros hijos es acertado, es correcto. Por eso tratamos de que ellos hagan lo que a nosotros nos parece. Muchas veces usamos con nuestros hijos el método “a mi manera”, es decir, las cosas se tienen que hacer a mi manera porque mamá tiene más experiencia, porque mamá ha pasado por ciertas cosas, porque mamá te quiere, porque mamá te ama, porque mamá desea lo mejor para tu vida, porque mamá ya sabe, porque mamá te conoce… Este es el método “a mi manera”, y al aplicarlo, sin darnos cuenta, le ponemos a nuestros hijos cargas pesadas de cómo ellos deberían estar viviendo.
Analicemos este pasaje de Éxodo que habla del día de reposo. La Palabra dice que trabajes toda la semana, pero que en el día de reposo no hagas trabajar a nadie, ni siquiera a tus hijos ni a tus hijas. ¿Qué quiere decir esto del día de reposo? La idea es que no te conviertas en una mamá o en un papá con las características de un “faraón doméstico”. Es decir, La Biblia nos dice que tenemos que poner un límite a nuestro poder paternal o maternal. Eso significa que nuestros hijos necesitan descanso, significa que ellos necesitan un espacio donde se puedan mover con libertad. Si no les damos ese espacio, nos transformamos en faraones domésticos y obligamos a nuestros hijos a hacer lo que a nosotros nos parece bien, lo que nosotros creemos que ellos deben hacer. De este modo, en vez de educarlos en su camino los terminamos educando en el nuestro.

A veces sentimos la sensación de que nuestros hijos van a cometer nuestros errores y tratamos de evitar eso imponiéndoles ciertas normas de vida que a ellos tal vez no les vayan a servir. O sea, no debemos abusar de nuestra voluntad aunque creamos que eso es lo mejor para nuestros hijos. Es importante aclarar que esto es aplicable a hijos que hayan pasado cierta edad; no te hablo de hijos pequeños a quienes obviamente tenemos que ayudar para que desarrollen su voluntad. Si estamos todo el día castigándolos y diciéndoles: “Eso no”, “aquello no”, su voluntad no se desarrollará. Tampoco se trata de decirles que sí a todo, porque a los hijos hay que ponerles límites. Necesitamos entender que cuando nuestros hijos tienen cierta edad, es tiempo de dejar de abusar de nuestra voluntad.

¿Cuándo un hijo es “grande”?

Hace un tiempo volvía de un viaje con mis hijas y en la aduana, cuando entrego los pasaportes, me preguntan:
–¿Cuántos son?
–Tres -respondo.
–¿Hay alguno mayor de edad?
–Sí, mi hija cumplió la mayoría de edad hace dos semanas.
–La próxima vez, señora, su hija tiene que pasar sola. Nunca más con usted, ¿entiende? Ella ya es mayor de edad.
Yo me quedé paralizada. Mi hija siempre está conmigo, y de pronto, ¡tiene que ir sola! A uno le parece que los hijos son chicos toda la vida. A veces queremos decirles: “Tienes que hacer esto”, “piensa así” o “de esta manera te va a ir mejor”. Pero con veintiún años, es momento de que nuestros hijos piensen por sí mismos. Nosotros tenemos que confiar en lo que les hemos enseñado. Llega un momento en que tenemos que saber que debemos darles a nuestros hijos una vida sabática y decirles: “Empieza a  decidir por ti, empieza a hacer las cosas por vos. Yo ya te dije ciertas cosas y espero que las hayas incorporado a tu vida. Ahora te toca volar solo”. Pero, ¡cómo nos cuesta dejarlos volar solos!
Cuando la empleada del aeropuerto me dijo que mi hija tenía que pasar sola, no me gustó. Lo primero que pensé fue: “¡Qué mujer tan antipática!”. La realidad es que me había molestado que me dijera que mi hija tenía que ser independiente, que ya no podía venir conmigo. Mi hija escuchó a la empleada, ¡y también le molestó lo que dijo! Claro, ella está acostumbrada a que mamá le resuelva todo y haga todo por ella.

¿Cuántas madres tienen hijos de cuarenta y todavía le están resolviendo la vida? En Miami, cuando terminaba de dar una charla, se me acercó una mujer y me dijo: “Mi gran problema es que estoy con antidepresivos; tengo ataques de pánico y ansiedad. Todo esto se desató cuando mi hija me dijo que estaba embarazada”. A mí se me ocurrió preguntarle cuántos años tenía la hija. “Veintiséis”, me respondió la señora. ¡Era una chica grande! Entonces, le dije a la mujer: “Tal vez te ayude lo que te voy a decir, tal vez no, pero te sugiero que sueltes a tu hija. Ella tiene veintiséis años, ya se tiene que hacer cargo de su vida. No es una nena que quedó embarazada porque no sabía cuidarse o porque el novio la engañó. Con veintiséis años ya es grande: si la engañaron es porque se dejó engañar. ¡Ya está crecidita!”. Yo sé que a esa mamá no le gustó lo que le dije, no recibió bien mi sugerencia. ¡A ninguna madre le gusta que le digan que tiene que soltar a un hijo, que ya no tiene que preocuparse más por eso! Las madres nos acostumbramos a tener a los hijos agarrados todo el tiempo, trabajando de lunes a lunes. Pero La Palabra dice claramente: “Dale el día sábado”; es decir, dale el espacio y la libertad para que pueda usar su voluntad. Recuerda que no estoy hablando de niños pequeños sino de hijos que ya son grandes.
Cuando los hijos son mayores tienen voluntad, y es indispensable que la activen para que maduren, para que crezcan y aprendan a hacerse responsables de su vida.

En esta etapa de soltar a los hijos, las madres tenemos que adquirir una capacidad muy difícil de desarrollar: la capacidad de decir las cosas una sola vez. Mis hijas me dicen: “¡Mamá, ya me lo dijiste treinta veces!”. Cuando les repites las cosas veinte mil veces, los hijos se sienten inútiles.
Las mamás tenemos que adquirir la capacidad de decir las cosas una vez y esperar que nuestras palabras caigan en el lugar correcto y en el momento correcto. El objetivo de la educación es que nuestros hijos incorporen todos los valores y principios que les enseñamos en la infancia para que después los puedan usar en su vida y no necesiten que las pautas tengan que venir de afuera.
Por ejemplo, si le enseñaste a tu hijo que robar está mal, no le vas a repetir hasta los cincuenta años: “Nene, no robes en el trabajo”, porque supuestamente tu hijo ya incorporó eso como un valor. Ese es el objetivo de la educación, para eso tus hijos pasaron tiempo contigo. Ya les diste toda la educación para que la incorporaran; ahora que son grandes, ellos solos tienen que aplicar esa información incorporada. Por eso hay que decir las cosas una sola vez y no estar repitiéndoselas. Deja que tus hijos funcionen como hijos grandes. Habla las cosas una sola vez.

Segundo
Tenemos que descubrir el modelo de vida de nuestros hijos.
¿Qué es el modelo de vida de nuestros hijos? Un autor lo definió como “la manera en que ellos siempre actúan para resolver sus problemas”. Existe una manera en la tus hijos actúan para resolver un problema. Siempre es la misma manera. Por ejemplo, están los hijos que siempre culpan a alguien: “No estoy trabajando porque no me aceptaron en esa empresa porque no tengo computadora”. Otro modelo de vida es ser insistentes y caprichosos, y así conseguir todo. Son los hijos que para lograr algo siempre hacen un capricho. Ya desde chiquitito  sabías que tu hijo hacía caprichos hasta conseguir que le dieras lo que él quería. Entonces, ya sabes que el capricho era su tema de vida. Están los hijos que mienten para resolver sus problemas, y también los que se hacen notar y por eso gritan, se enojan y pelean antes de que  le digas algo para callarte la boca. También existen los hijos que tienen que ganar para sentirse importantes, y por eso se la pasan luchando siempre para ganar. Para ellos, perder sería una frustración insoportable. Hay hijos que creen que van a ser queridos solo si dan, por eso viven dando. Son los chicos que se gastan toda la plata en los amigos, que invitan y siempre pagan ellos.
Necesitas saber cuál es el modelo de vida de tus hijos para no preocuparte por todo y enfocarte en la reacción que se repite. Por ejemplo, si un día tu hijo grita, rompe un espejo y le agarra un ataque de nervios, tienes que preguntarte si ese es su modelo de vida, si él siempre hace eso. ¿Cada vez que se siente frustrado, cada vez que las cosas no le salen como esperaba grita y rompe algo? Si la respuesta es “No”, entonces quédate tranquila y entiende que eso fue una reacción emocional del momento, una explosión provocada por algo que no pudo controlar. Ahora, si eso es lo que hace siempre, ese es el estilo de vida de ese hijo, y es ahí en donde lo tienes que guiar para que entienda que esa manera de reaccionar ante un conflicto no le va a servir de nada. Si tu hijo siempre miente para salir de los problemas, es ahí donde lo tienes que guiar, porque la mentira no le va a servir de nada, no lo va a conducir a ningún lado. Pero si tu hijo mintió una sola vez en su vida y nunca más lo hizo, la mentira no es un problema sino un recurso que usó solo en un determinado momento.

Es importante que entiendas este concepto para que no te preocupes por todo. Veamos otro ejemplo: Supongamos que a tu hijo lo echaron del trabajo. ¿Siempre lo echan de los trabajos, o fue una sola vez porque la empresa cerró o la situación económica es difícil? De ser así, no es para preocuparse, porque seguramente va a conseguir otro empleo rápidamente. Pero si siempre lo echan de los trabajos porque llega tarde, porque es un mal trabajador o porque contesta mal a sus superiores, ahí sí te tienes que preocupar para poder orientarlo y que él tome conciencia de cuál es su modelo de vida, cuál es el estilo de respuesta que repetidamente tiene. Es curioso, pero muchas veces ellos no advierten que reaccionan siempre de la misma manera. ” siempre pataleas y eres caprichoso”, le dices; pero él te responde: “¡No! ¡Yo no soy caprichoso!”. Lo que ocurre es que no se da cuenta porque siempre usó esa estrategia para conseguir todo lo que quería.
Ayer se reunieron en mi casa unas cuantas adolescentes amigas de mi hija menor. Las chicas me empezaron a preguntar cosas y nos pusimos a conversar.
Una de las chicas me contó algo interesante:
–Estoy de novia, pero mi novio es muy celoso y ya no sé qué hacer. Esto de los celos me está poniendo mal porque es un celoso compulsivo.
–¿Y has tenido otras parejas? –le pregunté.
–Sí –me dijo–, ¡pero los otros chicos no eran así! Ellos no eran celosos y yo la pasaba  bien. El problema es este chico con sus celos compulsivos.
–¿Seguro que tus otras parejas no tenían nada parecido a esta? –insistí.
–¡No! Bah, mi novio anterior era adicto a las drogas, pero nada que ver…
Esta chica no había asociado que el novio anterior había sido un adicto a las drogas y el actual, un adicto a los celos. Entonces le dije:
–Asocia. ¿Qué cosa tiene parecida uno con el otro?
–Ah, ¡claro! ¡Los dos son adictos! –dijo.
Había algo que le atraía de los hombres adictos, pero ella no se daba cuenta.
A veces nuestros hijos no se dan cuenta de estas cosas, y es entonces donde tenemos que preocuparnos para guiarlos.
La conducta que se repite es la que nos tiene que preocupar y movilizar para hacer algo. “Hoy la nena no comió. ¿Tendrá anorexia?”. Si la nena hoy no comió pero come siempre, no tienes que preocuparte; pero si la nena no come nunca, ahí sí tienes que estar atenta. “Uy, se encerró en su cuarto… Debe tener un montón de problemas. ¡A ver si entra en alguna depresión profunda!”. No tienes que preocuparte por todo; tienes que preocuparte por esas conductas que tus hijos van teniendo recurrentemente, porque esas conductas se transforman en hábitos y después es más difícil sacarle un hábito. Tienes que estar atenta a todo lo referido a tus hijos, pero pensando qué quieres lograr en ese hijo. Pregúntate: “¿Qué es lo que veo que no le va a servir para su futuro?”; pero para él, no para ti como madre, no para que te haga la vida a ti más fácil, sino para que él tenga una mejor vida.

Tercero:
 Tenemos que aprender a ser padres y madres que demos vida y no que sembremos muerte.
Tenemos que aprender a sembrar vida en nuestros hijos. Veamos la historia de Abraham. Dios le dijo a Abraham que dejara a su padre, que se llamaba Tare, y tiempo después también le pidió que le entregara a su único hijo, Isaac. “Vete  de tu tierra, y deja a tu padre y a tu parentela”, le dijo Dios a Abraham. Años después agregó: “Ahora quiero que me entregues a tu hijo”. ¿Por qué le pidió Dios a Abraham estas cosas? Porque Dios quería preparar en Abraham un buen hombre y un buen padre. El Señor quería que Abraham soltara la manera de ser padre de su padre Tare. Él quería que Abraham fuera un padre diferente. Dios le había dicho a Tare que se fuera a la tierra de Canaán; sin embargo, él nunca llegó a la tierra de la libertad, se quedó a mitad de camino, en una tierra de muerte. Salió de una tierra donde estaba sufriendo y se metió en Jarán, otra tierra de sufrimiento. Son esos padres que siempre llevan a los hijos a la tierra de sufrimiento, al dolor de lo que ellos pasaron, y creen que a los hijos les va a pasar lo mismo que a ellos. Son los padres que les dicen a sus hijos: “A ti te van a abandonar”, “a ti nadie te quiere”, y así los llevan al dolor, a la amargura, al castigo, a los problemas, a la violencia. Son padres que no conocen la tierra de libertad porque nunca pudieron llegar a ella. Por eso Dios le dijo a Abraham: “Yo no quiero que seas un padre que siembra muerte en sus hijos; no quiero que seas un padre al que yo le doy un proyecto un motivo y sin embargo se queda en la tierra del dolor y del sufrimiento”. Si tu estás metida como mamá en tierra de dolor y sufrimiento, tienes que aprender a salir hacia la tierra de libertad, porque si no lo haces tus hijos siempre van a ser esclavos, vas a estar sembrando muerte en ellos en lugar de sembrar vida. Dios le dijo a Abraham: “Yo quiero que salgas de ahí, porque no quiero que repitas el modelo de tu padre. ¡Quiero que salgas a la tierra de libertad y te transformes en un papá que dé hijos para la libertad!”. Eso es lo que nos pide el Señor también a nosotros.

Dios le dijo a Abraham: “Yo no quiero que vivas tus relaciones en términos de dominio”. Necesitas dejar de pensar que tu relación madre-hijo o padre-hijo es una relación de dominio donde tu eres el que dominas. Por eso Dios le cambió el nombre a Abraham. Su nombre primitivo era Abram, que significa “padre exaltado”, pero Dios lo llamó Abraham, que significa “padre de multitudes”. Es decir, Dios le dijo: “No quiero que seas el gran padre exaltado como tu padre, que creía que lo sabía todo y que dominaba a todo el mundo. Quiero que seas ‘padre de multitudes’”. El Señor lo estaba llevando a su propio sueño: “No vas a tener el sueño de tu padre, vas a tener tu propio sueño. Yo quiero que seas libre, no que sigas el sueño de tu padre, no que seas el padre exaltado que lo sabe todo, sino que seas un padre de multitudes, que puedas seguir tus sueños”. Porque el que sigue sus sueños es un hombre o una mujer que logra su libertad.
Pero Dios no solo le cambió el nombre a Abraham, también se lo cambió a Sara, su esposa, antes de tener a Isaac. Sara se llamaba “Sarai”, pero Dios le sacó el sufijo que significa “que está unida a alguien” o “que obedece a alguien”. Dios dispuso que Sara también fuera una mujer libre, porque si quieres dar hijos para la libertad, tienes que ser una mamá o un papá libre.
Esto es lo primero que Dios nos tiene que enseñar como padres, porque nuestros hijos, quieran o no, muchas veces repiten nuestra historia de tanto vernos a nosotros. Tenemos que aprender a ser papás libres si queremos tener hijos en libertad. Dios le estaba diciendo a Abraham: “A ti nadie te pertenece” y a Sara: “Tú no le perteneces a nadie”. Eso es algo que le tenemos que enseñar a nuestros hijos.

Una de las amigas de mi hija me dijo: “A mí, mi novio me dice que si yo no plancho y cocino, él no quiere estar conmigo”, “mi novio no quiere que yo trabaje porque él va a traer el dinero”. Yo dije: “¿Por qué no empiezas a pensar qué clase de mujer quieres ser tu para que nadie te imponga nada?”. Tenemos que enseñarles a nuestros hijos que ellos no le pertenecen a nadie, ni siquiera a nosotros, que somos sus padres. Dios le estaba marcando a Abraham una palabra rara: “desdominio”. ¿Qué quería decirle? Que tenía que dejar de dominar. Podemos dominar a los animales, a la tierra, pero no a otra persona. ¡Dejemos de dominar a nuestros hijos! Esto no quiere decir que no tengas autoridad, que los dejes hacer lo que quieran, no. Hay una etapa en la que tienes que poner límites y tener autoridad, pero cuando tus hijos ya son mayores de edad, tienen que “viajar solos”.

Cuarto: 
Tenemos que desatar a nuestros hijos.
Dios no quería que Abraham fuera como su padre, por eso le cambió el nombre y le dio un sueño propio; pero además, lo hizo vivir otra experiencia con su hijo Isaac.
En Génesis 22 vemos que Dios le ordenó a Abraham: “Sube a Isaac para un holocausto”. Esa fue una orden muy ambigua. Abraham se debe de haber preguntado: “¿Para qué tengo que subir a Isaac, para que Isaac sea el sacrificio o para que Isaac rinda holocausto conmigo?, ¿quién va a ser el holocausto, un animalito que vamos a ofrendar o el sacrificio, la ofrenda va a ser Isaac?”. Dios quería que ese papá resolviera solo eso. Abraham subió y la historia nos muestra toda la tensión que vivió: “¿Qué hago?”, decía Abraham, “no aparece ningún holocausto… ¡tengo que sacrificar a mi hijo!”, y decidió bien. Porque ese sacrificio que no se llegó a realizar era la entrega de Abraham. Él entendió que tenía que dejar en libertad a su hijo. Abraham comprendió que para lo único que le iba a servir el cuchillo era para desatar las ataduras de padre-hijo que tenía Isaac con Abraham. Dios nos enseña que llega un momento en que los padres ya hemos cumplido nuestra tarea y tenemos que dejar libres a nuestros hijos. Esto no quiere decir que no los vamos a amar o que no vamos a interesarnos por lo que les pasa, pero hay cosas que ellos tienen que resolver solos. No tenemos que atarlos ni siquiera con nuestros pensamientos de esclavitud: “Te va a pasar lo mismo que a mí, no vas a poder pagar el alquiler”, “te vas a volver a divorciar, como yo que me divorcié dos veces”. ¡Desata a tus hijos! ¡Cortá la cuerda que te ata a la tierra de la muerte y dejalos que ellos vayan por sus propios sueños!

Seamos mamás y papás que sembremos libertad. No hay nada más difícil que ser padre y madre en estos tiempos que estamos viviendo. Por eso tenemos que ser responsables en lo que le enseñamos a nuestros hijos mientras están en la etapa de incorporar información, para luego darles la libertad que necesitan. Si no somos sabios los vamos a agobiar con las cargas pesadas de nuestros dolores, de nuestras miserias, de nuestros fracasos; vamos a temer que ellos los repitan, y ese miedo nos llevará a querer controlarlos.
Deja que tus hijos decidan. Deja que de una vez por todas ellos empiecen a darle forma a su vida. Que solo te preocupe aquello que repiten para ver cómo ayudarlos a que se den cuenta que están repitiendo esas relaciones dañinas, esa actitud, ese comportamiento negativo que notas desde que eran pequeños y que les hace daño. Pero que el resto no te preocupe; ellos tienen capacidad y tienen voluntad para salir adelante.

¿Cuáles son las sogas con que ataste a tus hijos? ¿Cuál es tu miedo más grande con respecto a ellos? Ese miedo es una soga con la que los ataste. El ángel del Señor va a venir hoy para que agarres el cuchillo no para que mates a tu hijo sino para que cortes la soga que te está aliando en algo negativo con él, para que cortes el miedo, el temor, la sensación de que le puede ir mal, de que puede fracasar, de que no puede resolver sus problemas, de que no se va a saber manejar solo en la vida. Agarra ese cuchillo y corta esa atadura emocional que te ata y que te hace creer que tus hijos van a repetir tu historia de vida. Aprende a entregarle a tus hijos a Dios. Eso es lo que entendió Abraham: “No tengo que ser como mi papá, no tengo que dominar como él, sino que tengo que tomar mi libertad y entregársela a mi hijo para que vaya tras sus sueños”.
Tu nivel de libertad va a determinar el nivel de libertad de tus hijos. Deja que usen su voluntad; ellos no tienen que ser títeres dominados por otros. Enséñales a tus hijas a usar su voluntad, a que puedan decir “No”, a que sepan que no son un objeto de otra persona. Tus hijas necesitan saber que pueden elegir el estilo de vida que van a vivir. Construye una relación con Dios para que ellos también la puedan tener. No les digas a tus hijos que se acerquen a Dios, que Dios los va a ayudar; ¡construye tu una relación con Él!

En Salmos 37 vas a encontrar una serie de pautas que hablan de que un padre justo, un padre que da, un padre que bendice, va a tener siempre hijos llenos de bendición. Y es que la actitud del padre es la actitud del hijo. La actitud del padre es la que hay que sanar todavía en tu vida y en mi vida para que podamos dejar libres a nuestros hijos, para que los podamos disfrutar, y que no se conviertan en una carga. ¿Cuál es el dolor que todavía le transmites a ese hijo o a esa hija? ¿Cuál es el miedo que le estás transmitiendo? ¿Cuál es la preocupación tuya que les estás transmitiendo a ellos sin darte cuenta? ¡Corta esa atadura! ¡Tienes que cortarla, porque nuestros hijos nos van a superar y van a ser aún más bendecidos que nosotros!
Quiero transmitirte una palabra profética que Dios me ha dado para que la tomes en el nombre de Jesús. Es una palabra que como mamá o como papá te va a bendecir. Dios me dijo que no nos vamos a relacionar más con nuestros hijos a través de la frustración o a través del miedo, sino con un espíritu de dominio propio. ¡Basta de mujeres que lloran por cualquier cosa, basta de mujeres que temen por cualquier problema, basta de familias que están temiendo todo el tiempo de que algo les pase a los hijos! ¡No nos vamos a manejar más por el miedo ni por la frustración, sino por el dominio propio que Dios nos ha dado a todos sus hijos!
Hoy te imparto en el nombre de Jesús el dominio propio, la capacidad para ver las circunstancias en su justa medida, sin exagerar, sin dramatizar, sino en la dimensión correcta y siempre con fe puesta por delante. Ese dominio propio va a ser visto por tus hijos que van aprender a resolver sus asuntos con paz y con sabiduría.

Dice el Salmos 37“He sido joven y ahora soy viejo, pero nunca he visto justo en la miseria, ni que sus hijos que mendiguen pan”. ¡Vamos a llevar a nuestros hijos a la tierra de la vida y a la tierra de la bendición!
Quiero que pienses qué miedos te transmitieron tus padres. Dios quiere que dejes de ser la “gran madre” o el “gran padre”, y te trasformes en una mujer y en un varón que tenga sus propios sueños. El Señor quiere que dejes de dominar todas las situaciones, que dejes de querer dominar a tu marido, a tu esposa, a tus hijos. Piensa cuáles son las ataduras que tienes que cortar con tus padres y cuáles las que tienes que cortar con tus hijos, porque Dios te llama a tierra de libertad.
Dios nos llama a sembrar en nuestros hijos vida y no muerte. Nuestros hijos están cansados de que lloremos en sus espaldas nuestro dolor, nuestros fracasos, nuestros errores, nuestros negocios mal hechos, nuestros problemas. Ellos quieren que les demos el día sabático, el espacio para vivir su propia vida y poder aplicar todo lo que han aprendido, pero por sobre todas las cosas, para tener una relación personal con Dios, para que también Dios los pueda llamar a ellos “padre de multitudes”, el padre o la madre de sus propios sueños.

Dominio propio no es “tragarse” las cosas, sino mirar todo en su justa dimensión, en su justa medida. Dominio propio es dejar de dramatizar cada situación con nuestros hijos y aprender a confiar un poquito más en lo que le enseñamos, en lo que ellos van a lograr en la vida no solamente por lo que nosotros les dimos, sino porque construiste una relación con Dios.
Si tienes un hijo chico que está pasando por un problema, construye cada vez más fuerte tu relación con Dios, porque esa es la bendición que le va a bajar a tus hijos. Si tus hijos ya son grandes, diles que tu vida fue de tierra de muerte a tierra de vida porque te atreviste a construir una relación con Dios. Te puedo asegurar que tus hijos van a salir adelante, van a bendecir con su boca a Dios, y tu lo vas a ver.
Tus hijos te escuchan, tus hijos saben. Ellos han visto tu vida y saben que siempre hay futuro para ti y para ellos. Dios va a hacer algo glorioso en este tiempo con nuestros hijos, pero nosotros tenemos que sembrar en ellos tierra de libertad, tierra de vida y no espíritu de muerte. Amén.

                        Líderes de Escuela de Familias:                            
Ricardo y Blanca Flores.
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