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LA PERFECCIÓN


La perfección es reconocer y luchar contra la imperfección; es ser íntegro a los ojos de Dios.

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Fil 3.13-15 Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos.

Leía: “Sed perfectos como vuestro padre que está en los cielos es perfecto”. Quedaba desahuciado al ver tan alta la meta por alcanzar. Pero mirando a quienes tengo por hermanos en el reino celestial; unos mejores, otros igual que yo; pero todos muy lejos de alcanzar la perfección que se entiende por carecer completamente de errores o maldad. Entonces me acomodaba en el conformismo de no luchar por alcanzar lo que parece imposible, y que no conozco a alguien que siquiera se acerque. Pero leyendo la carta de Pablo a Filipos, veo que les dice: “Así que los que somos perfectos, esto mismo sintamos”. ¿Qué? Versos atrás él mismo decía que no pretendía haber alcanzado la perfección, pero dejando lo que queda atrás, y extendiéndose a lo que está delante, proseguía a la meta. Entonces ¿Qué se esconde que hay que indagar para descubrir? Que la palabra y concepto que se usa para perfección, es la misma que se usa para integridad, o también para madurez. Y viendo desde el ejemplo del rey David, al que Dios le llama un hombre de integridad, con un corazón conforme al suyo, noto que el concepto de perfección que el Señor tiene, está a nuestro alcance lograrlo. Perfecto no es el que no se equivoca, sino el que reconoce sus errores; esto es integridad. Integridad no es el que no comete pecado, sino el que los confiesa y se aparta de ellos; esto es perfección. Perfección no es estar libre de debilidades, sino hacerlas sumisas por el control del Espíritu de Dios; esto es madurez. Madurez no es tener muchos años en el conocimiento de Dios, sino crecer continuamente aunque sea poco el tiempo de haber nacido de nuevo; esto es integridad. Tal como un niño de ocho años, es perfecto cuando muestra una madurez y capacidad congruente a su edad, así es la integridad. Un bebé de ocho meses debe tener la madurez de ocho meses de edad; si tuviera la de ocho años  o la de treinta y ocho, estaría en graves problemas. La perfección para el Señor es saber nuestras limitaciones, reconocer nuestras fallas, confesar nuestros pecados, luchar contra nuestros defectos; y proseguir, no lentamente, ¡corriendo!, sin consentir ningún mal que quede en nosotros. Pero sobre todas estas cosas, perfección, integridad y madurez es reconocer que los ojos del Señor están continuamente abiertos hacia mí, y que nada puedo esconder. Actuar a solas  como en presencia de todo el mundo, y concebir en lo secreto del alma lo que en público debe mostrarse como virtud

.                                                                    Jorge Figueroa del Valle