Wasihngton #513 Ote. Monterrey N.L. 8:00 a.m., 10:00 a.m., 12:00 p.m., 2:00 p.m. y 6:00 p.m.


LA ORACIÓN ME CAMBIA A MÍ


Jesús le dijo a sus discípulos: «De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido» (Juan 16.23–24). Si la oración no hiciera más que lo que Jesús prometió, este fuera uno de los más grande dones que Dios nos haya otorgado. Pero la oración hace aun más. Cambia a la persona común y la convierte en una extraordinaria. La oración nos cambia acercándonos más a Dios, moldeándonos conforme a su semejanza en el proceso. David conoció el poder de la oración como un agente de cambio personal.              Su oración en el Salmo 25.4–5 describe el proceso a través del cual lleva a la persona: «Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; enséñame tus sendas, encamíname en tu verdad, y enséñame, porque tú eres el Dios de mi salvación; en ti he esperado todo el día» . Este pasaje contiene tres frases clave: muéstrame, enséñame y encamíname. Cuando Dios nos muestra sus normas y su voluntad para nuestras vidas, no siempre nos es fácil. Casi siempre requiere que crezcamos y cambiemos. Pero una vez que aceptamos lo que Dios nos quiere mostrar, puede enseñarnos. Y cuando se nos puede enseñar y crecemos, finalmente nos podrá encaminar para guiarnos hacia su plan y propósito. Cuando Dios me muestra, Él tiene mi corazón. Cuando me enseña, tiene mi mente. Cuando me encamina, tiene mi mano.

Pbro. Rodolfo Torres Pérez