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La Gracia


Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. Efesios 2:8.

Regalo de Dios inmerecido. Es la decisión de Dios de amarnos, pasando por alto el justo pago por nuestros hechos. Wesley entendió la gracia como la presencia activa de Dios en nuestras vidas. Esta presencia no depende de la acción humana o respuesta humana. Es un regalo, un regalo que siempre está disponible, pero que puede ser también denegado.

La gracia de Dios motiva en nosotros el deseo de conocerle  y nos capacita para responder a la invitación de Dios para estar en relación con Él. La gracia de Dios nos permite discernir las diferencias entre el bien y el mal y hace que sea posible para nosotros elegir el bien.

Dios toma la iniciativa en relación con la humanidad. No tenemos que rogar y suplicar para el amor y la gracia de Dios ya que Dios nos busca activamente.

La gracia que justifica. Pablo escribió a la iglesia en Corinto: “que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.” (2 Corintios 5:19). Y en su carta a los cristianos de Roma, Pablo escribió: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. (Romanos 5: 8).

Estos versículos demuestran la gracia justificadora de Dios. Señalan a la reconciliación, el perdón y la restauración. A través de la obra de Dios en Cristo nuestros pecados son perdonados, y nuestra relación con Dios es restaurada. De acuerdo con Juan Wesley, la imagen de Dios – que ha sido deformada por el pecado – se renueva en nosotros gracias a la muerte de Cristo.

Conversión. Este proceso de la salvación implica un cambio en nosotros que llamamos conversión. La conversión es un darse la vuelta, dejando una dirección para tomar otra dirección.

Puede ser repentina y dramática, o gradual y acumulativa. Pero en cualquier caso, se trata de un nuevo comienzo. Tras las palabras de Jesús a Nicodemo, “Os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7), se habla de esta conversión como el renacimiento, la vida nueva en Cristo, o la regeneración.

Después de Pablo y Lutero, John Wesley llamó a este proceso de justificación “conversión”. La justificación es lo que sucede cuando los cristianos abandonan todos esos vanos intentos de justificarse delante de Dios,  a través de las prácticas religiosas y morales. Es un momento en que “la gracia justificadora” de Dios se experimenta y se acepta, un tiempo de gracia y de perdón, de nuevo la paz y la alegría y el amor. De hecho, estamos justificados por la gracia de Dios mediante la fe.

La justificación es también un tiempo de arrepentimiento, apartándose de comportamientos arraigados en el pecado y moviéndose hacia acciones que expresan el amor de Dios. En esta conversión podemos esperar recibir la garantía de nuestra salvación presente a través del Espíritu Santo ya que “da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16).

La gracia santificante. La salvación no es un evento estático, es la experiencia de la presencia continua de la gracia de Dios que nos transforma en los que Dios desea que seamos. Juan Wesley describió esta dimensión de la gracia de Dios como la santificación o santidad.

A través de la gracia santificante de Dios, crecer y madurar es nuestra capacidad para vivir como Jesús vivió. Al orar, al estudiar las Escrituras, asistir al culto, y compartir en comunión con otros cristianos, profundizamos en nuestro conocimiento y amor de Dios. Al responder con compasión a las necesidades humanas y el trabajo por la justicia en nuestras comunidades, fortalecemos nuestra capacidad de amar al prójimo. Nuestros pensamientos y motivos, así como nuestras acciones exteriores y el comportamiento, están alineados con la voluntad de Dios y dan testimonio de nuestra unión con Él.

Debemos seguir adelante, con la ayuda de Dios, en el camino de la santificación hacia la perfección. Por perfección, Wesley no dice que nosotros no cometeremos errores o no tengamos debilidades. Más bien, él entiende que es un proceso continuo de crecimiento  perfeccionándonos en el amor de Dios y entre sí y de eliminar nuestro deseo de pecado.

Pbro. David Almanza.