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“LA BATALLA EN QUE LUCHAMOS” (2ª Corintios 10: 3-5)


 

 

 

El creyente combate. El cristiano vive en confrontación. Los fieles luchan. Nadie puede pasar esto por alto ni siquiera en una lectura superficial de la Palabra de Dios. Hemos de luchar exteriormente contra lo que desde fuera de nosotros se opone al evangelio, y combatir interiormente contra lo que dentro de nosotros se opone al señorío de Cristo. Se nos recuerda con energía: “Vistámonos con las armas de la luz”  (Rom. 13:1 Y, “vestíos de toda la armadura de Dios”   (Efesios 6:11).  Pablo nos manda pelear “la buena batalla”  (1ª Timoteo 1:18; 6:12). Requiere sufrimiento:  “Sé partícipe de los sufrimientos como buen soldado de Cristo Jesús”  (2ª Timoteo 2:3). Pablo se dirige cordialmente a otros cristianos como compañeros de milicia.  (Fil. 2:2,5;  Filiemon 2). En la vida cristiana como arte de guerra  necesitamos entender dónde luchamos, cómo luchamos y el enorme potencial para la victoria.  La batalla cristiana es una autentica campaña. La batalla cristiana en el mundo: Andamos en la carne”  (v. 3). No debemos olvidar la arena en que luchamos. Todavía vivimos en la carne. Tenemos todas las enfermedades, debilidades, riesgos de tentación y limitaciones que entraña el ser un hombre entre hombres. El evangelio mismo es un tesoro, pero lo llevamos en frágiles vasos de barro humano (2ª Corintios 4:7). Jesús oró: “No ruego que los quites del mundo. Debemos vivir la vida cristiana en un ambiente que es incesantemente hostil hacia ella.  Los cristianos no luchan como el mundo:  “Las armas de nuestra milicia no son carnales”. No es con mera fuerza humana con la que luchamos en la guerra espiritual.  En el conflicto para dominarnos interiormente y vencer al mundo exterior no dependemos de nada que la naturaleza humana nos pueda proporcionar. La iglesia no conquista basándose en ningún tipo de poder humano: intelectual, físico, económico, institucional o cultural. No venceremos porque seamos pensadores más agudos, fuertes luchadores, ricos generosos o grandes edificadores. No haremos ni siquiera una mella en el mundo a menos que nuestras armas vengan de una fuente sobrenatural.

Pbro. Rodolfo Torres Pérez