Wasihngton #513 Ote. Monterrey N.L. 8:00 a.m., 10:00 a.m., 12:00 p.m., 2:00 p.m. y 6:00 p.m.


¡Jerusalén, Jerusalén!


¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! Mateo 23:37.

¿Alguna vez lo han despreciado? ¿Ha tenido un amor imposible? Amor platónico.

“¡Jerusalén, Jerusalén¡” Es lamento de un amante despreciado, rechazado, violentado. El amor del Cristo escatológico, deseoso de proteger a su pueblo del juicio de Dios y del castigo por su dureza espiritual, que les trasformó de la ciudad santa y de paz, a una ciudad destruida.

Jesús no olvida que Jerusalén fue la antigua Salem del sacerdote Melquisedec, ciudad de ofrenda generosa ante Abraham, ni olvida que es la ciudad de David, estrado de los pies de Dios, pueblo escogido para edificar Templo a Jehová y asentamiento del sacerdocio de Aarón. “Pero si no hacen caso de estas advertencias, este palacio quedará convertido en ruinas. Yo, el señor, lo afirmo” (Jeremías 22:5 cf. 1 Reyes 9:7). Jesús se lamenta amargamente de la perversidad de Jerusalén, y les echa en cara las muchas y amables ofertas de salvación que les ha hecho (v. 37). “Jerusalén, Jerusalén”, la repetición indica énfasis de importancia e indica aquí la grandeza de la compasión de Cristo. Jesús lloraba por la ciudad (Lc. 19:41), y ahora se lamentaba sobre ella. Jerusalén, que debería ser ciudad de paz (Sal. 122:6), va a ser asiento de guerra y confusión. Porque pecado grave cometió Jerusalén (Lm. 1:8). Jerusalén perseguía y mataba a los mensajeros de Dios: Que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados. Esto se imputa especialmente a Jerusalén, por estar allí el Sanedrín o tribunal supremo de los judíos, al que competía sentenciar estos casos (Lc. 13:33)

En Jerusalén se tomaban las decisiones, aunque la ejecución se llevase a cabo a extramuros de la ciudad para no «profanarla» (Nm. 15:35; Mt. 21:39; 27:31 y ss., Hch. 7:58; He. 13:12).

En Jerusalén, donde primero se predicó el Evangelio (Hch. 2), se produjo también la primera persecución (Hch. 8:1); al estar allí el cuartel general de los perseguidores, allá eran llevados presos los perseguidos (Hch. 9:2).

 Jerusalén rechazaba a Cristo y al Evangelio que Cristo ofrecía. Pecaba así sin remedio, porque pecaba contra el remedio. Y eso, a pesar de la gracia maravillosa y del favor generoso de Jesús hacia la ciudad: ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas! Cristo desea atraer, reunir y cobijar en su seno a las pobres almas que se descarrían por los caminos de perdición, y lo ilustra aquí con la humilde comparación de la mansa gallina que cobija bajo sus alas a los polluelos. Desde Éxodo 19:4; Deuteronomio 32:11, es Jehová como águila poderosa quien cobija y transporta a su pueblo. Aquí, la gallina indica, juntamente con la ternura y la mansedumbre, el estado de humillación del Salvador. Los polluelos se cobijan bajo las alas de la madre para tener allí refugio, protección, calor y comodidad; especialmente, cuando huyen de las aves de presa. Quizá Cristo tenía en su mente el Salmo 91:4: Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro. Hay sanidad y salvación en las alas de Cristo (Malq. 4:2) lo cual es mucho más que lo que la gallina puede hacer con las suyas en favor de sus polluelos.

Son también de notar: (a) la voluntariedad: Quise, y (b) la frecuencia: ¡Cuántas veces!. Tantas veces como hemos escuchado el mensaje del Evangelio y hemos notado en nuestro interior los impulsos del Espíritu Santo, otras tantas ha intentado Cristo atraernos, reunirnos y cobijarnos.

¡Y no quisiste! Como si dijese: «A pesar de todo mi esfuerzo, de mi buena voluntad, no quisisteis escuchar: ¡Yo quise… y no quisiste!». Adviértase, para no confundirse, que las frases de Cristo no son un grito de impotencia, sino el lamento de una elección de los judíos. Hay en Dios una voluntad de propósito y una voluntad de deseo (1 Ti. 2:4) en la que Dios apela al albedrío del hombre y a su responsabilidad personal.  Deuteronomio 30:19: A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia.

Hoy yo te exhorto a que vengas a Jesús, a ese Jesús que te invita a negarte a ti mismo, a ese Jesús que te dice que tomes tu cruz y lo sigas, a ese Jesús que dio su vida por ti, al único y Soberano Dios, que no es sinónimo de riquezas ni de prosperidad, sino de amor y de y sacrificio por predicar su Palabra, su sana doctrina.

                                                                              Pbro. David Eduardo Almanza Villalobos.