“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.” 1 Pe 5:6-7
Constantemente la Palabra nos llama a permanecer firmes para soportar las acechanzas del mal, para ser buenos ministros, para ser ejemplo, etc. pero ¿firmes en qué? Muchas veces permanecemos firmes en nuestra propia opinión y si acaso nos toca debatir con alguien que opine diferente sobre cualquier tema, ¡cuidado! Porque podemos elaborar los más estructurados argumentos para demostrar que tenemos la razón, sin embargo, cuando la Palabra nos llama a estar firmes se refiere a estar firmes en la esperanza que mantiene viva nuestra fe, en el Evangelio. En esa maravillosa verdad que por causa de Cristo, quien fue crucificado y quien resucitó al tercer día, hoy tenemos esperanza, hoy sabemos que no estamos solos y que Dios entiende nuestro sentir puesto que él lo padeció todo. La esperanza de que todo el dolor, las tentaciones, las pruebas, la injusticia, las carencias y demás, terminarán y que tendremos un futuro eterno a su lado. Todo esto es cierto y muy estimulante, pero cuando estamos atravesando por circunstancias adversas es difícil mantenernos firmes en esta verdad, recordar que todo lo que poseemos es por la gracias de Dios y que aún lo más preciado que podamos tener, nuestro padres, nuestros hijos o nuestra familia le pertenecen a él. Creo que aquí está la clave, la Palabra nos dice “el que cree estar firme, mire que no caiga”, y es que permanecer firmes esta directamente relacionado con la humildad que tenemos en nuestro corazón. Cuando somos lo suficientemente humildes como para reconocer que todo, absolutamente todo lo pertenece al Señor, entonces tenemos la capacidad de ir a sus pies conscientes de nuestra gran necesidad de estar cerca de él para soportar los momentos de prueba y dolor, para entender que sólo empapados de su presencia y llenos de su Espíritu Santo estaremos más cerca de ser sus verdaderos discípulos, de tener su carácter, de ser mansos y humildes de corazón, y al mismo tiempo vigorosos y firmes, con el fin de ser testimonios vivos de su amor. No hay duda que si queremos permanecer firmes, ver su propósito cumplido sobre nuestras vidas, nuestra familia, nuestra iglesia, debemos ser humildes y buscarlo como procuramos el alimento diario, sólo así lo lograremos y aún en medio del dolor, podremos encontrar sentido a lo que estamos viviendo, llenarnos de fe y de fuerza, impactar a otros y ver como su nombre es glorificado y su reino se extiende. Queridos hermanos si ustedes como yo estamos atravesando por valle de sombra o de muerte, humillémonos y echemos toda nuestra ansiedad sobre él, sin dudar por un segundo que él tiene cuidado de nosotros, que nos ama, que sus caminos son más altos que los nuestros y que su propósito para nosotros es bueno. No declararemos nada, no decretemos nada, humillémonos y que nuestra oración sea “que se haga tu voluntad y no la mía”, descansemos sabiendo que su voluntad es buena agradable y perfecta.
María Fernanda Casar Marfil