La vida cristiana tiene muchas etapas, algunas de ellas parecen ser como un paseo por el parque rodeado de aves que cantan, un sol que ilumina y calienta y todo luce y huele maravilloso; hay otras etapas donde todo luce gris, nos sentimos enfermos y con frío, solos y sin mucha esperanza… ¿Por qué es así? Tal vez porque necesitamos las etapas sombrías para darnos cuenta y valorar las que no lo son, tal vez porque esos tonos grises nos ayudan a madurar y no estancarnos en la senda de verdadero crecimiento; ¿Qué hacer en esas etapas? He encontrado solo una respuesta: aferrarse fuerte a Dios, sus promesas, su amor, su misericordia, y esperar en Él mejores tiempos. Esto puede sonar muy “perdedor” de parte nuestra, especialmente si usted, como yo, fue criado en un hogar donde se le enseñó a levantarse cuando uno cae y seguir adelante, si se le enseñó a ser seguro de sí mismo y pelear uno mismo sus propias batallas en lugar de esperar que alguien nos ayude… desde estos puntos de vista suena muy mala opción sentarse a “esperar en silencio la salvación de Jehová”. Sin embargo, como familia, nos hemos podido dar cuenta de que tratar de hacer las cosas uno mismo sin esperar en Dios es mala idea, de cómo a veces no tiene mucho sentido desarrollar grandes planes a futuro sino preguntarle a Dios qué quiere, que es mejor dejar que Él pelee nuestras batallas aun cuando vamos en la decima patada en contra, que no se debe de dejar de bendecir a otros aun cuando no se reciba la misma respuesta a cambio… hemos estado aprendiendo que es mejor esperar en Dios aun cuando la espera implica un gran desierto… todo esto vale la pena porque FIEL ES EL QUE NOS LLAMO, y si Él lo hizo, permanecer significa tener la victoria al final, si Él nos lleva no tiene sentido tratar de quedarse, y si Él nos introduce, nada ni nadie podrá movernos.
Si usted también está atravesando desiertos le quiero animar recordándole el amor infinito del Señor, su paciencia por la cual no hemos sido consumidos, que cuando Él nos trata (aunque sea fuerte) es porque Su mirada está sobre nosotros y no ha terminado su obra en nuestra vida, que somos hijos de esperanza y que esa esperanza tiene que ver con un futuro asegurado junto a Él donde le veremos cara a cara, que “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros una cada vez más excelente y eterno peso de gloria”, y “que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”… “¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”.
Pbro. Efraín Reyes Bonilla