El carácter perdonador de Dios está en contraste marcado con la forma en que se entendían las deidades paganas del mundo antiguo. Las guerras que surgían casi constantemente en el Cercano Oriente se veían como conflictos entre dioses rivales y el objetivo principal de la lucha era la victoria total sobre el enemigo. Era impensable que una deidad perdonara a la otra. En el paganismo, los dioses luchaban para aniquilar a sus adversarios, no para perdonarlos. Contra ese fondo, cuan revolucionaria parecía la enseñanza de Jesús de que debemos amar aun a nuestros enemigos porque eso es precisamente lo que Dios hace (Mat. 5:44, 45). Que Dios pudiera otorgar el perdón a sus enemigos representaba un cambio radical de la idea pagana de la deidad como un ser que infligía su venganza en cada enemigo.
Una expresión notable de esta gracia se encuentra en el concepto que tiene el Antiguo Testamento de que Dios “olvida” nuestras iniquidades. “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isa. 43:25; comparar con Jer. 31:34). Al seguir el consejo proverbial de “perdonar y olvidar”, generalmente nos resulta más difícil hacer esto que aquello. Sin embargo, Dios, el Omnisciente, está dispuesto a practicar una especie de “amnesia divina” intencional por nosotros. Así como Dios perdona el pecado más bien que al pecador, esto no significa que él deja de recordarnos a nosotros, sino que borra toda memoria de nuestras faltas.
Pbro. Rodolfo Torres Pérez