Ecl 3.17, 11.7 y 8 Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace. Suave ciertamente es la luz, y agradable a los ojos ver el sol; pero aunque un hombre viva muchos años, y en todos ellos tenga gozo, acuérdese sin embargo que los días de las tinieblas serán muchos.
¿Por qué Dios permite tanta maldad, si es bueno y Todopoderoso? La pregunta de los inmaduros, la justificación para dejar o no abrazar la fe verdadera. Dios es amor, y nos ama hasta la misma muerte y con amor eterno. Y como Él eligió crearnos por causa de ser amor y darnos su amor, quiere que nosotros lo elijamos a Él, y que sea una elección de amor. Y sea un amor más grande que cualquiera, incluso a nosotros mismos; tal como nos amó negándose a sí mismo. El amor es voluntario, se ama por decisión. Y para decidir amar a Dios, debe haber la opción de no amarlo, y para poder decidir entre hacerlo o no, debemos poseer libertad para tomar esta decisión. Y así vemos muchas razones por las que hay tanta maldad en el mundo. Dios le dio libertad al hombre, y en esa libertad decidió vivir independiente de Dios. Hay maldad porque el hombre decidió sacar a Dios de su vida, y respeta el Señor esa decisión, pues si obligara, no sería decisión libre, no sería amor. Pero para quien decida amar a Dios en este mundo injusto, ese amor se muestra en la decisión de vivir rectamente en agrado al Señor, aunque en este mundo le sea retribuido como si fuera malhechor. Y su amor se basa entonces en la esperanza de una nueva vida que Dios, a quien ha decidido amar, le promete; y por la fidelidad de cumplir quien la promete, y del que la cree; muestra un mutuo amor firme y estable.
Este mundo corrupto y malo, en esta vida donde todo se deshace. Aquí, donde la salud, el dinero, las relaciones, los corazones, la moral, la justicia, las mentes, los objetos, la ciencia; en fin, todo está perjudicado y corrompido. Aquí, esta vida, es el mejor y el ideal campo para ejercer el sublime y poderoso ejercicio del amor. Y esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; tanto en el amor que Dios nos da, como en el amor que le mostremos. Y un día, cuando nuestra vida, esta vida y todo este mundo haya acabado, nos daremos cuenta si hemos tomado la buena decisión: amar o no amar a Dios.
Jorge Figueroa Del Valle