“…Ocúpate de la lectura”. (1 Timoteo 4:13)
“La lectura nos impide caer en el tedio, vale como excelente fórmula contra la ineptitud del ocio y nos libra del fastidio de nosotros mismos”. (Séneca)
La sociedad moderna en su culto desarrollado hacia la tecnología, nos ha enseñado a recibir grandes cantidades de información, y al mismo tiempo nos convirtió en seres incapaces de comprender más de dos líneas de un pensamiento.
Un antiguo profesor acostumbraba a repetir a sus alumnos “Estudiante es aquel que estudia y comprende, aquel que crece y se supera. También tenemos a los que se matriculan en una escuela”. Eso decía el viejo profesor, y el viejo profesor tenía razón.
Del estudiante cristiano escribió Don Manuel Trinade un poema que rezaba así:
¿A dónde vas tú, cristiano, para donde vas a divagar?
—Voy para la plaza a pasear, pues no tengo que estudiar; estoy en principio de año.
¿Para dónde vas tú, cristiano, para donde vas sin inquietar?
—No comienzo aún a estudiar, estoy solo a medio año.
¿Para dónde vas tú, cristiano, para donde vas con ese andar?
—Voy para la plaza a pasear, no vale la pena ya estudiar: el año va a terminar.
Este joven cristiano, no comprende el valor del estudiar, pues se aproxima a los libros como el condenado se aproxima a la horca; va con indolencia y tristeza, cuando abre las primeras páginas, se piensa en el divertimiento de la tarde con sus amigos, en el último cinema que se visitó y en el bullicio que llena la mente y la emociona, hasta que aquel elegante enredo termina privándolo del raudal benéfico que trae en el cristianismo el “ocuparse de la lectura” (1 Timoteo 4:13)
Aquí está pues, titubeante, planeando leer un versículo a la vez que ilumine su alma, pero al mismo tiempo congestiona el alma atragantandola con un raudal de elementos superfluos que en el día devora.
Para resolver el problema de la lectura, es preciso decir que no se juzga como sabio al que mucho ha leído, ni como ignorante al que un libro lee a la vez, basta con saber leer y de entre esta masa de empastados escoger que leer que beneficie el alma. ¡Qué fuerza la de los buenos libros! ¡Cuántos destinos han decidido!
Montaigne, Alfieri y Napoleón aseguran haber sentido el pecho arderles al leer “Varones Ilustres” de Plutarco.
Benjamin Franklin dijo: “En mi niñez, un libro cayó en mi manos, y transformó para siempre mi vida, gran impresión causó en mí espíritu el saber que Dios me llamaba” el libro era un tratado de moralidad: “La manera de hacer el bien”.
Parte 1
Edgar Pacheco