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Dios amparo nuestro


“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio, en las tribulaciones”. Salmo 46:1.

La divinidad entera participo en nuestra salvación. Las tres personas de la Santísima Trinidad actúan ahora para mantenernos salvos. El Espíritu suple nuestras deficiencias. El Padre vence nuestras dificultades. El Hijo nos libra de peligros. Es cierta nuestra salvación.

Romanos 8:26-28: “y así mismo también el Espíritu..” ayuda nuestra flaqueza,  no solo la que se especifica (la de no saber orar), sino la debilidad general de la vida en su presente estado, de la que se da un ejemplo: “porque, que hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”. No es que nos confundamos en que pedir; sino en hacerlo “como conviene”.

Esta dificultad surge a causa de nuestra oscura visión espiritual en nuestra condición actual. “Porque en parte conocemos y en parte profetizamos”. 1 Corintios 13:9. También por la inevitable imperfección que hay en el lenguaje humano para expresar los más sutiles sentimientos del corazón.

“Sino que el mismo Espíritu pide (intercede) por nosotros con gemidos indecibles”.  Es decir, que no se puede articular el lenguaje. La idea es que mientras luchamos por expresar en palabras los deseos de nuestro corazón y hallamos que nuestras emociones mas profundas son lo mas inexpresables, “gemimos” bajo esta sentida incapacidad. Pero no en vano son estos gemidos, “pues el Espíritu mismo esta en ellos”.  Así que, aunque los gemidos emitidos de nuestra parte son el fruto de la impotencia para expresar lo que sentimos, son al mismo tiempo la intercesión del Espíritu mismo a nuestro favor.

“Mas (por inarticulados que sean estos gemidos) el que escudriña los corazones, sabe cual es el intento del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios, demanda (intercede) por los santos”.

No es cuando los creyentes, “apagando al Espíritu con sus pecados, tienen menos y mas oscuros vistazos del cielo, cuando gimen mas fervorosamente por estar allá, No!, antes al contrario,  cuando por la libre operación del Espíritu en el corazón de ellos, las “primicias” reveladas son gustadas mas amplia y frecuentemente, entonces, y precisamente por esta razón,  “gimen dentro de si” por alcanzar la plena redención, ver 23 “ y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. Porque razonan de esta manera: Si así son las gotas, ¿Cómo será el océano? Si es tan dulce “mirar por un espejo oscuramente”.

Como la oración es la respiración de la vida espiritual, y el único alivio eficiente del creyente, quien aun tiene adherida así la “flaqueza” en toda su condición terrenal, ¡cuan animador es que se nos asegure que el bendito Espíritu conocedor de toda ella, acude en nuestro socorro; y en particular, cuando los creyentes, impotentes para articular su caso delante de Dios, no pueden hacer otra cosa sino quedarse “gimiendo” ante el Señor; que consolador es saber que estos gemidos inarticulados son el vehículo mismo del Espíritu para poner “en los oídos del Señor del sabaot nuestra causa completa y ascienden ante el que escucha las oraciones como la misma intercesión del Espíritu a nuestro favor, y que son reconocidos por el que esta sentado en el trono precisamente como la misma expresión de lo que su propia “voluntad” predetermino impartirles. Ver  26-27  “y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues que hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cual es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos”.

Así que leyendo este pasaje, que podemos decir de nosotros mismos, solo tenemos que reconocer que todo lo que tenemos y somos, se lo debemos al Señor. “No a nosotros oh Jehová, no a nosotros sino a Tu nombre sea la gloria.” Salmo 115. “Toda dadiva y todo don perfecto descienden de lo alto, de Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación.” Santiago 1:17.

                                                                                Pbro. David Eduardo Almanza Villalobos.