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De crisis en crisis


 De hecho, la crisis no sería crisis si no movilizara, dentro de nosotros, actitudes y respuestas que deben ser sometidas a la soberanía de Dios. Si bien la crisis puede tener sus orígenes en un evento externo a nosotros, su manifestación más intensa siempre es en los ámbitos del hombre interior. La experiencia de Jesús en Getsemaní nos provee el ejemplo más claro de esto. Las crisis, no obstante, con frecuencia nos golpean con una fuerza inusitada porque no podemos reconciliar su manifestación con los propósitos de Dios para nuestra vida. «¿Cómo puede ser que nos esté pasando esto?» exclamamos, como si fuera, precisamente, algo anormal. Esta falta de aceptación produce más dolor que la prueba misma. Por otro lado, nos será de mucha ayuda tener siempre presente la segunda parte de la declaración de Pablo: nuestra experiencia de muerte permite la expresión de la vida de Cristo en nosotros. De modo que podemos ver a la crisis como el medio más apropiado para que la plenitud del poder de Dios se manifieste en nuestras vidas. Si reconocemos que, en nuestro estado natural «no hay quien busque a Dios» (Ro 3.11), podremos ver que el medio más eficaz que tiene a su disposición para producir en nosotros una dependencia santa es, precisamente, la crisis. En tiempos de crisis, un líder tiene dos caminos a recorrer: se desanima y desiste de su cometido o se presenta delante del trono de gracia para que el Señor le otorgue la ayuda que precisa. No cabe duda que las crisis son desagradables, mas pueden ser de un inestimable valor en la vida de un líder. Para pensar: «Amados, no os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciera» (1 P 4.12) Última Parte.

Autor: Christopher Shaw