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Bendecidos para bendecir Génesis 12:1-3.


Un día, a un hermano en Cristo se le preguntó cómo estaba, él respondió que se sentía cargado. La persona que le había hecho la pregunta se sorprendió, pues el hermano traía una enorme sonrisa en la cara. ¿Cargado? -le preguntó. -¿Cómo es que te sientes cargado, pero estás sonriendo? Estoy cargado -replicó el hermano- pero de bendiciones. Dios me ha dado una bendición tras otra, hasta que realmente puedo decir que estoy cargado de bendiciones.

Como creyentes, tenemos las bendiciones sobreabundantes del perdón, de la paz, de la vida eterna, de la presencia de Dios en nuestras vidas, de su prosperidad y su socorro. Si tú estás en Cristo, eres bendecido.

Ahora bien, surge una pregunta: ¿Con qué motivo nos bendice Dios? ¿Cuál es la razón por la que Él ha derramado estas bendiciones tan libremente sobre nosotros? Comentó una señora, me siento tan apapachada por Papá Dios. ¡Qué bueno! Pero, ¿será que Dios nos bendice solamente para que descansemos apapachados, como bebés contentos?

Abram – cuyo nombre luego fue cambiado a Abraham – nació en una familia idólatra. Vivió en Ur de los caldeos, una ciudad cosmopolita y rica de Mesopotamia. Esta ciudad era un centro de la adoración del dios de la luna. Este hombre creció en medio de la idolatría. No recibió ninguna educación espiritual que lo guiará a conocer al Dios verdadero. La memoria del Dios del cielo -el Dios verdadero- casi había desaparecido de la tierra, y la gente adoraba a dioses de su propio invento.

A este hombre Dios le habló – quizá en un sueño, quizá en una visión – y le hizo grandes promesas. Es con Abraham que empieza a desarrollarse el propósito redentor de Dios que culmina con el nacimiento de Jesucristo. Abraham es antepasado en la carne de la nación de Israel, mediante la cual viene Jesús.

Si examinamos esta promesa, notamos algo interesante. Vemos que Dios nos bendice para que seamos de bendición.

El propósito de Dios es bendecirnos con vida, con perdón, con paz y con su presencia. Nosotros recibimos esa bendición de la misma forma en que la recibió Abraham por medio de la fe, que siempre produce obediencia. Ahora bien, si compartimos la bendición de Abraham, también compartimos su responsabilidad.

¿Me explico? Dios bendijo a Abraham para que él fuera de bendición a todas las naciones. De igual forma, nosotros somos bendecidos con Abraham para que nosotros también seamos de bendición a todas las naciones. Es por esto que nos dijo Jesús: “Id y haced discípulos a”… ¿a quiénes?… “a todas las naciones” (Mateo 28:19).

Nosotros también hemos sido bendecidos con el don de la salvación para que nosotros seamos de bendición para todas las naciones de la tierra. No hemos sido bendecidos – con la salvación, con la prosperidad económica, con la vida – simplemente para guardar las bendiciones.

Ustedes saben lo que pasa con un lago cuando tiene entradas de agua, pero no tiene salida. Se convierte en un pantano, y empieza a apestar. Lo mismo nos sucede a nosotros cuando queremos sólo recibir, y no dar.

¡Hemos sido bendecidos para bendecir!                                                                                           Pbro. David Eduardo Almanza Villalobos