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AGOSTO MES DE LA BIBLIA


Tenemos a veces una actitud casi supersticiosa acerca de leer la Biblia, como si tuviera alguna eficacia mágica. Pero no hay nada mágico en la Biblia o en su lectura. La Palabra escrita señala hacia la Palabra viva y dice “mira a Cristo”. Si no vamos a Cristo hacia quien apunta y de quien da testimonio, perdemos por completo el propósito de la lectura de la Biblia. Los cristianos evangélicos no somos, o no deberíamos ser, lo que a veces nos acusan de ser, es decir “adoradores de la Biblia”, “idólatras de la Biblia”. No adoramos la Biblia, adoramos al Cristo de la Biblia. Veamos un ejemplo: conocemos a un joven que está enamorado, su novia lo tiene loco de amor,  al punto que en su cartera lleva una fotografía de ella para recordarla y verla cuando se halla lejos. Incluso, cuando nadie le observa, saca la foto de la novia y a escondidas le da un beso, pero besar la fotografía es un pobre sustituto de lo que es real y verdadero. Y así es con la Biblia. La amamos sólo porque nos habla de aquel de quien habla y a quien de verdad hemos entregado el corazón.

También quiero compartir un poema del Lic. Jorge Villegas, escrito en agosto de 1999, espero les guste en este mes que celebramos el mes de la Biblia. “Finalmente, un malvado había apretado el botón fatídico; el que desataba la furia de las bombas nucleares. No quedó piedra sobre piedra. Unos cuantos sobrevivientes vagaban entre los escombros con su piel llagada, sedientos febriles. Todo estaba contaminado en torno. Era impresionante el silencio del día ensombrecido por el polvo. No hay esperanza, dijo el viejo que tanto había clamado contra las bombas apiladas, contra el odio homicida. Pero siguió hurgando entre los restos en busca de algo para saciar su hambre. En los restos ahumados de lo que quizá habría sido un edificio enhiesto, halló un libro chamuscado, maltrecho pero aún legible. Lo abrió al azar, con fatiga y desaliento y lo primero que se presentó a sus ojos  fue: “Aunque ande en valle de sombra de muerte…”Sintió el flamazo de su fe extraviada, se hincó en tierra y exclamó con júbilo: ¡Sí aún hay esperanza!

Pbro. Rodolfo Torres Pérez