“Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía.” (Marcos 10:13-16).
Todos los niños o niñas, en virtud de los beneficios incondicionales de la expiación hecha por Cristo Jesús, la fe de sus padres y la consagración de que han sido objeto mediante su presentación, confiando en la gracia del Espíritu Santo en sus vidas a través del ministerio de la Iglesia; del ejemplo y la instrucción de sus padres; así como la inspiración y apoyo de la comunidad cristiana, formarán parte del registro oficial de Miembros a Prueba de la iglesia y serán miembros en plena comunión cuando de su propia voluntad, desee bautizarse.
De los niños es el reino de Dios ya que los niños son seres puros que no tienen pecado porque no tienen discernimiento ni conocimiento acerca del bien o del mal, al igual que Adán y Eva en el paraíso antes de su caída; lo cual los hace tener el camino libre hacia el cielo.
Esto también quiere decir que no necesitan de arrepentimiento. Al respecto muchas personas se preguntan acerca del destino eterno de los niños que mueren, ¿se van al limbo? Estas ideas las propicia el catolicismo romano u otras iglesias o sectas… sin embargo, debemos de hacer caso a lo que dice la Biblia, y es clara al señalar que “el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:20).
Por lo tanto, si un niño fallece, su destino eterno es el cielo por cuanto de él es el reino de Dios.
Pbro. David Eduardo Almanza Villalobos.