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CUADRO DE UNA IGLESIA PAULINA


Supongámosles reunidos; ¿cómo proceden al culto?  Había la diferencia entre sus servicios y los nuestros, de que en lugar de nombrar una persona que dirigiera el culto -ofreciendo oraciones, predicando y dando salmos-  todos los hombres que se encontraban presentes tenían la libertad de contribuir con su parte. Tal vez había un jefe o una persona encargada de presidir; pero un miembro podía leer una porción de las Escrituras, otro ofrecer una oración, un tercero dirigir un discurso, un cuarto comenzar un himno, y así sucesivamente. No parece que haya habido un orden fijo en que se sucedieran las diferentes partes del culto; cualquier miembro podía levantarse para conducir a la compañía en alabanza, oración, meditación, etc., según sus sentimientos.

Esta peculiaridad se debía a otra gran diferencia entre ellos y nosotros: los miembros estaban dotados de dones extraordinarios. Algunos de ellos tenían el poder de hacer milagros, tales como curar enfermos. Otros poseían un don extraño llamado el don de lenguas. No se sabe bien lo que esto era; pero parece haber sido una expresión arrebatadora, en la cual   el    orador       emitía      una apasionada rapsodia por medio de la cuál sus sentimientos religiosos recibían a la vez expresión y exaltación.

Algunos de los que poseían este don no podían decir a los otros el significado de lo que decían, pero otros tenían este poder adicional; y había otros que aunque no hablaban en lenguas ellos mismos, eran capaces de interpretar lo que hablaban los oradores inspirados. Había también miembros que poseían el don de profecía; una dádiva muy valiosa. No era el poder de predecir los eventos futuros, sino una facultad de elocuencia apasionada, cuyos efectos eran algunas veces maravillosos: cuando un incrédulo entraba en la reunión y escuchaba a los profetas, era arrebatado por una emoción irresistible, los pecados de su vida pasada se levantaban ante él, y cayendo sobre su rostro confesaba que Dios, en verdad estaba entre ellos.

Tomado del libro: Vida de San Pablo,de James Stalker.

 Pbro. Rodolfo Torres Pérez