Y él le respondió: He aquí ahora hay en esta ciudad un hombre de Dios, que es varón insigne: todas las cosas que él dijere, sin duda vendrán. Vamos pues allá: quizá nos enseñará nuestro camino por donde hayamos de ir. 1. S. 9:6.
Esa tarde Simón y sus amigos y compañeros de trabajo tenían mucho entusiasmo, esperanza y vigor, para hacer lo que mejor sabían: pescar en el lago de Genesaret; sus manos ásperas y sus duros músculos tomaban las gruesas cuerdas del barco y las redes, como los hilos que sus esposas usaban para sus ropas en casa. Pero con el paso de las horas y ya bien avanzada la noche y sin pescar nada, el ánimo decae, los músculos se relajan y todos comienzan a bostezar y cabecear. El amanecer llegó y las dos barquillas lentamente comienzan a orillarse, no se oyen los gritos ni la euforia con que salieran; por el contrario las mismas barcas proyectan el ánimo de sus tripulantes, lentamente se acercan, como si viniesen de una conquista fallida, y estos hombres vigorosos y altivos ha unas horas, son la imagen y clara descripción del fracaso, frustración y vergüenza… y ésta aumenta cuando en la playa la ven llena de gente, sí, mas pena sienten por su empresa sin éxito. Lo que ignoran estos burdos del mar, es que su viaje y su propósito será radicalmente cambiado; porque entre esa gente se encuentra Jesús, quien pedirá primero a Simón que le preste por un momento su barca, para luego sugerirle navegar nuevamente a lo profundo para presenciar quizá el primer milagro de su vida, milagro que le obligará a arrodillarse y confesar a Jesús como Señor, dándose cuenta de su vileza como hombre ante el Hijo de Dios.
De la misma manera, Saulo de Tarso, un día viajaba con propósito firme, su tarea estaba bien definida: Limpiar Damasco de gente hereje para su sagrada religión; ignorando que ese propósito, que esa búsqueda, cambiaría también su vida, sus planes, sus pensamientos, sus ideales y su destino; cuando al medio día caería ante una brillante luz celestial, y una voz entre amor y reprensión que le dijo: -Saulo, ¿por qué me persigues?-
Muchas veces andando buscando o yendo en pos de algo, nos encontramos con asunto mucho más relevante que por lo que emprendimos nuestra búsqueda; cual Saúl aconsejado por su siervo y amigo, nosotros también frecuentemente oímos que nos dicen: Ahí hay un hombre de Dios, es un varón insigne, todo lo que dice se cumple. Lo que no imaginaban era que ese profeta le ungiría y le hablaría palabra de Dios.
Aquí, muy cerca de nosotros está ese hombre, que si estamos en camino equivocado, con amor y reprensión nos dice: -¿Por qué me persigues? Ya no sigas sufriendo, lastimándote a ti mismo, entra a la ciudad, busca y espera en la calle que se llama derecha.-
Jesús es el camino, Jesús es ese hombre de Dios e insigne que todo lo que dice se cumple. Vamos con él; vamos a que nos diga lo que Dios tiene para nosotros; que cambie nuestros caminos equivocados, oigámosle como seremos sanos de nuestra ceguera y dejaremos de lastimar a inocentes, y de lastimarnos a nosotros mismos.
Oye la voz del profeta, oye la voz de Cristo que es la voz de Dios. Esta palabra es la que necesitas, la que te cambia, te sana, te salva, te llena de gozo y de poder.
Pbro. Lorenzo Reséndiz Arvizu