«Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas». Salmo 126:6
Toda semilla es dada para sembrarse y el portador es el que decide cómo. Con la paciencia o con la desesperación. En amor o en rencor. En amargura o en entereza, en integridad o en corrupción. Con la frente a la meta de la victoria, o dando la espalda para abandonar la carrera. El sufrimiento es el mismo, el sembrador, a quien se le ha dado esta espantosa, pero fructífera semilla, decide para qué dará fruto. Para obtener carácter conforme a Cristo o para seguir caminos del mundo corrompiendo su corazón. El sufrimiento no siempre es por causa de castigo o juicio, sino para probarme en la forma en que utilizo esa semilla. No es porque me porté mal, sino para probar mi conducta en el sufrir, para probar mi comportamiento al serme confiada esta simiente; es decir, la forma en que la siembro. ¿No es acaso sencillo estar firme y ser íntegro con el Señor en situaciones holgadas? Mas mi amor a Dios y mi apego a vivir su voluntad deben mostrarse excelentes y auténticas cuando las situaciones son tan adversas, que las mediocridades quedan fundidas en la lumbre de la aflicción, y solo sobrevive la pureza del alma dispuesta a transformarse. Sembrarla para un buen testimonio o para que el nombre de Cristo sea menospreciado. Permaneciendo firme para ver el rostro de Dios, o tropezar para caer en las tinieblas. Todo fruto del Espíritu se necesita en las situaciones opuestas; es decir, cuando hay hambre de ellas, para que el fruto rendido por el que tiene la semilla, la sacie; y cuando por la amargura hay anhelo de un fruto dulce, el que tiene al Espíritu lo muestre, para que entonces se disfrute. Y el sufrimiento en esas situaciones es lo que suele manifestar ese carácter. Sufrir odio, para dar amor. Pasar apremios, para producir paciencia. Padecer conflictos, y en ellos rendir paz. En tristeza y amargura, dar gozo. Soportar afrentas, manifestando benignidad. Víctimas de la maldad, siendo luz de bondad. En traición recibida, fidelidad inquebrantable. Tratados con orgullo y altanería, conservando la humildad. Recibiendo injusticia, permaneciendo en justicia. En la oscuridad de la mentira, con la luz de la verdad. En ambiente de rebeldía, siendo ejemplos de mansedumbre. En tentación, templanza. Y todas estas situaciones han de sufrirse para que, sembrando esta semilla con nuestro carácter en obediencia a Cristo, cosechemos el fruto del Espíritu. Es mejor dedicar la siembra de esta semilla en la guía del Espíritu de Dios, para que a su tiempo su fruto sacie el hambre de quienes necesitan de él, alimentarse.
Jorge Figueroa del Valle