
Cuando el remanente de Israel habían huido de Jerusalén por miedo a Nabucodonosor rey de Babilonia, después que Dios entregó al país de Judá a muerte y cautiverio, por no atender a muchos llamados de Dios para que se arrepintiesen por medio del profeta Jeremías. Este grupito, testigo de la veracidad de la palabra de Dios en la boca de su siervo, y otros profetas antecesores y contemporáneos a éste, han entendido finalmente que la clave para prosperar en la vida, como persona, familia y comunidad, es oyendo y obedeciendo la voz del Señor su Dios, y que ésta la tienen muy cerca, pronta, clara, explícita y segura, en el ministerio de Jeremías, servidor de Dios y ministro de abolengo, quien repetidas ocasiones predijo los acontecimientos de Israel, prevaleciendo y avergonzando a infinidad de profetas falsos, mentirosos y soberbios, quienes hablaban o profetizaban por dinero, conveniencia, miedo o presunción; dichas predicciones de Jeremías se han estado cumpliendo en su tiempo y forma al pie de la letra. Ahora este puñado de descendientes de Israel de todas las tribus, se encuentra ante el margen de tener que tomar alguna de por lo menos tres opciones: Regresar a Jerusalén, (de donde están muy cerca) viajar y refugiarse en Egipto o vagar por todo el país y regiones desoladas, expuestos a cualquier banda de merodeadores. Por ello es que antes de tomar tan importante decisión y ver visto a sus reyes, sacerdotes, profetas y líderes de Judá, equivocarse una y otra vez, pagando muy caro sus errores, desobediencias y dureza de corazones, (pues ahora Jerusalén está destruida, quemada y asolada; sus moradores fueron muertos en la guerra defendiendo inútilmente la invasión de los caldeos, otros de hambre y enfermedades, otros fueron llevados cautivos a países lejanos, con gentes, religión y costumbres muy diferentes a la de los judíos).
Se han juntado entonces y pedido a Jeremías que consulte a Jehová su Dios, y les diga que opción deben tomar, comprometiéndose a obedecer y a hacer todo lo que Jehová diga por medio de este sufrido profeta. Jeremías, no es ningún ingenuo, si acaso lo fue un día, durante su ministerio juvenil, pero eso fue hace muchos años; Jeremías sabe de antemano la decisión funesta que esta gente desleal tomará. Por eso es que cuando en el tiempo señalado viene a referirles la respuesta del Señor, este les echa en cara las terribles consecuencias que seguirán sufriendo por seguir desobedeciendo a su Dios. Ciertamente, al oír un mensaje divino, no de acuerdo a sus ya bien determinadas intenciones, alegan que Dios no le ha hablado al profeta Jeremías, sino que su ayudante Baruc lo ha malaconsejado contra ellos. Rebelándose así una vez más con el Señor, deciden ir a Egipto en lugar de quedarse en Jerusalén y gozar de la bendición y protección que Dios les ha prometido por el consagrado profeta del Señor; y seguir viviendo la ignominia que tal desobediencia conlleva.
Los cristianos de hoy somos al igual que Jeremías y ese remanente, administradores de la Palabra del Señor; tenemos que hablarla la crean y obedezcan o no; pero el peligro y responsabilidad mayor para nosotros ahora es: discernir la voluntad de Dios expresada en la Biblia, leída, hablada, interpretada y expuesta por nuestros profetas, pastores y maestros. Dejemos por tanto que el Espíritu se goce al decidir por su interna y clara voz en nuestro ser; frente a la clara e interna también de nuestra naturaleza pecaminosa. ESCUCHEMOS, CREAMOS Y OBEDEZCAMOS LA VOZ DE DIOS.
Lorenzo Reséndiz Arvizu