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GOTAS DE SANGRE


El sacrificio de Jesús es el más grande acto de amor sobre la tierra, dio su vida en expiación por la nuestra, cuando pensemos en el sacrificio que nos da libre entrada al lugar santísimo, meditemos en esa sangre que nos libera de la maldición eterna. La historia de Rahab (Josué 2), nos da una figura del poder de la sangre actuando en protección. Ella escondió a dos espías israelitas para que no sufrieran daño al reconocer la tierra de Jericó, Rahab tiene un detalle de valor y misericordia, pues tuvo más temor de Dios que de su pueblo y les hizo bien a esos dos hombres enviados por Josué, su recompensa fue que ningún miembro de su familia, iban a sufrir muerte, al ser tomada Jericó por el pueblo de Israel. La señal fue un cordón de grana a la vista colgado en su ventana, un cordón rojo, color de sangre, avisando que en esa familia no iba a caer la espada. Nosotros hemos sido marcados por la Sangre del Cordero es una señal de pertenencia para nuestro Dios. Por esa sangre somos hechos coherederos junto con Cristo. Éxodo 12:7 habla de una indicación dada por Dios, donde el pueblo debía poner una mancha de sangre en los postes y dinteles de las puertas, para que al pasar el Señor, ningún primogénito sufriera la muerte. La sangre de un cordero en las casas hebreas era una señal de paz con Dios. Así lo es la sangre de Cristo en nuestras vidas, un pacto de paz y amor.

Jesús estando en el Huerto de Getsemaní oró las palabras más preciosas y perfectas que nadie ha pronunciado: “Padre, si es posible, que pase de mí esta copa; mas no se haga mi voluntad sino la tuya” (Mateo 26:39). Ese clamor le hizo sudar grandes gotas de sangre que cayeron a tierra. Ahí venció la cruz, fue fortalecido y entregó su voluntad al Padre de amor que tuvo un plan de victoria magnífico. Y por esa obediencia el recibió un nombre que es sobre todo nombre. Gracias Dios, gracias por tu amor tan perfecto sobre nosotros. Una gota de sangre es de gran valor. En la transfusión de sangre puesta a mi esposo, veía caer las gotas dentro del tubo, que estaba conectado a la manguera que iba a la vena, las observaba y bendecía a las personas que se ofrecieron para donar su sangre. Y mi mirada ahí en ese fluir rojo, adorando al Creador de la vida. Al que dijo: “Yo voy, yo descenderé a la tierra, yo les daré vida y les quitaré toda enfermedad”. Cuando las gotas se detenían había que dar aviso pues era necesario que fluyeran constantemente. La sangre de Jesús es nuestro oxígeno, nuestra fuerza, la Verdad que echa fuera las mentiras, con ella somos justificados. Las gotas de sangre son como un soplo de Dios al corazón enfermo y cansado, son como el rocío de la mañana después de una noche fría e incierta. Sus gotas de sangre es su voz en el Gólgota diciendo: ¡Te amo, mi vida doy por ti! Sus gotas de sangre, un reflejo de la oración más poderosa que jamás nadie a pronunciado para pedir fortaleza y vencer la cruz. Cuan preciosa es su sangre, ¡gotas de amor puro destilando perdón, humildad y obediencia! Eso es el valor de esas gotas de sangre dándole sentido a nuestro caminar con Él, a la eternidad, al leve suspiro aquí en la tierra, esas gotas de Sangre del Cordero tan frescas y vigentes en su poder para limpiar las manchas del pecado y librarnos del ataque del enemigo. Sangre de Jesús. Bendito Papá, Bendito Jesús!

Dios nos bendiga ricamente con su amor.                                         

Magda Saldaña de Lozano