Y enviaron la túnica de colores y la trajeron a su padre, y dijeron: Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no. Génesis 37:32.

Jacob es un patriarca sumamente importante, ya que su nombre perpetuó a la nación del pueblo escogido de Dios: Israel. Podríamos preguntarnos, ¿qué hazañas realizó este famosísimo personaje? ¿mató a gigantes como David?, ¿abrió algún mar como Moisés? Paró al sol, la luna o movió algunas estrellas como Josué? ¿bajó fuego del cielo como Elías o resucitó muertos como Eliseo, o sobrevivió después de ser comido por un gran pez como Jonás? Nada de eso, pero fue elegido y amado por Dios como tú y yo, y eso es suficiente para estar entre los grandes… o, en el soberano y grato plan del Todopoderoso.
Aunque Jacob fue uno de los grandes; también fue un hombre que toda su vida convivió con el dolor, el miedo y la zozobra. De joven tuvo que huir para no ser asesinado por su hermano mellizo, luego fue timado por su “amado” tío; puesto en angustia nuevamente por su hermano y sus hijos que lo metieron el líos tan graves, que corría peligro de ser borrado de la tierra con toda su familia. Pero sin duda, el peor dolor que jamás imaginó sentir, lo vivió cuando sus hijos le trajeron el vestido de colores que el mismo había tejido a su hijo amado; el fruto del amor puro y verdadero que sintió por Raquel desde el primer momento que la vio, y por quien estuvo dispuesto a trabajar con gusto 14 años, pese al alevoso engaño que había sufrido por el mismo hermano de su querida madre Rebeca. Muerta el amor de su vida, encausó todo su amor en ese hijo hermoso, obediente, inteligente, recto, sabio y visionario, con quien el mismo voló al país de los sueños e ilusiones… por eso cuando mira esa ropa ensangrentada con esas desalmadas palabras de sus propios hijos, llenas del veneno mortal de la serpiente misma en el huerto, que un día sacaran a su antepasado Adán del paraíso, donde comulgaba con Dios y su esposa dulcemente: “Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no.” Así ahora Jacob siente la tristeza más profunda de su vida, incapaz de sobreponerse a esa impetuosa nube oscura y diabólica, arrastrándolo al abismo, a un lugar no físico, a un estado inmaterial horrible semejante al infierno mismo; arrancado de los brazos de su entrañable hijo José, que ha sido despedazado por las horribles bestias del desierto al que el mismo lo expuso al mandarlo a sus hermanos: La voz del hombre anciano rompió el silencio en la aldea y se sobre puso a los más cerca de esta, cuando desgarrado el viejo grita con sus ojos inflamados vertiendo lágrimas que se mezclaban con sus mocos y sus espesas babas, con sus manos presionaba con desesperación sus ojos, su boca y toda su cara para luego tomarse con violencia su blanca cabellera, gritando, -La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia lo devoró: José ha sido despedazado. PARTE 1
Pbro. Lorenzo Reséndiz Arvizu