Las decisiones que tomamos determinan la clase de persona que seremos. En gran medida, quiénes somos en el presente es resultado de las decisiones que tomamos en el pasado. Nuestro carácter, valores, prioridades e intereses son consecuencia de nuestras decisiones. Podemos decidir ser obedientes a Dios, o hacer oídos sordos; dejar el pecado o seguir en él; morir al yo o vivir para Dios. También decidimos qué actitud tener frente a nuestro pasado, presente y futuro. Nuestras decisiones entonces, nos moldean.
En muchas ocasiones se nos puede dificultar el tomar decisiones, ya que existe en nosotros la duda o el temor a equivocarnos. Además, sabemos que nuestras decisiones no solo repercuten en nuestras vidas sino también en las de aquellos que nos rodean: familia, amigos, trabajo o compañeros de clase. Pero es ahí donde debemos recordar que somos hijos de un Dios amoroso, y pedir por sabiduría y dirección para elegir. ¡El respaldo de Dios hace una gran diferencia! Confiar en Dios es una decisión, y es la decisión que tú y yo debemos tomar firmemente en cada paso que demos. Es comprender que sin la ayuda de Dios nada somos, ni nada podemos hacer sin Él; es creer que Él no permite que algo suceda para dañarnos sino para profundizar nuestra relación con Él. ¡Dios es la fuente de nuestra victoria!
La trayectoria en cualquier toma de decisiones puede ser difícil y larga. Al confiar en los planes de Dios para nuestras vidas, experimentamos paz en las tormentas de la vida. Cualquier decisión que nos acerque más en nuestra relación con Dios asegura el éxito (Jeremías 29:11-13). Cuando sometemos nuestra voluntad (orgullo y motivos egoístas) a la voluntad de Dios, Él nos da los deseos de nuestro corazón (Salmo 27:3-5).
Daniela Moncivais Carrillo