La pobreza real, que puede ser medida a nivel mundial, según los expertos en la materia, es el nivel de ingreso mínimo necesario para adquirir un adecuado estándar de vida en un país dado. La pobreza se define como la inaccesibilidad a los tres aspectos elementales para el bienestar de las personas, estos son: La educación, asistencia sanitaria-salud y calidad de vida-bienestar social.
La enfermedad se define como la alteración más o menos grave de la salud de un ser vivo. Cosa que afecta o daña gravemente a una persona o sociedad y es difícil de combatir o frenar. Aunque las enfermedades son dolorosas tanto física como psicológica, esta última es la más difícil de sobrellevar.
La discapacidad es aquella condición bajo la cual ciertas personas presentan alguna deficiencia física, mental, intelectual o sensorial que a largo plazo afectan la forma de inter actuar y participar plenamente en la sociedad. Tanto la enfermedad como la discapacidad son factores que agobian no solo a los que las padecen, sino a los familiares más cercanos a estos; porque tanto los unos como los otros tienden a deprimirse por estas causas y vivir bajo el yugo del estrés moderno.
Por eso es que estas promesas e invitaciones de nuestro amoroso y comprensivo Jesucristo son nuestras soluciones reales y contundentes en nuestro agitado sistema de vida que nos ha tocado vivir: Lo primero es una amable invitación a venir a Jesús para descansar de ese martirizante estrés. Lo segundo es una condición, la cual consiste en aceptar su palabra conformándonos a sus mandamientos. Y lo tercero, es una aclaración que su carga, yugo o mandamientos no son pesados o gravosos, es decir, pesan mucho menos que esas cargas de estrés, por el tráfico, enfermedad o pobreza que nos ahoga y mata poco a poco. Aceptemos hoy esta dulce invitación de Jesús.