Al considerar el tremendo y extenso ministerio del Espíritu Santo, no es difícil entender la declaración de Jesús: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré” (Juan 16:7). Siempre y cuando Jesús estuviera con ellos, el Espíritu Santo no estaría en ellos. Hasta que se llegó ese momento, ellos habían sido poco más que espectadores; pero se convertirían en participantes. Habían sido observadores, pero se convertirían en líderes y testigos. Ellos lo habían acompañado a Él; luego ellos irían en el nombre de Él. Lo habían oído; después debían proclamarlo.
Pentecostés es una oración
En Juan 14:16 Jesús dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre.” Jesús conocía las necesidades más profundas de los hombres que lo seguían. Él conocía sus debilidades, sus temperamentos, y su mal dirigido celo. Los había observado de cerca por 3 años. Sabía exactamente lo que necesitaban. En su oración como sumo sacerdote Él dijo: “Yo ruego por ellos” (Juan 17:9). Sólo la inmanente plenitud del Espíritu podría transformar a estos hombres y hacerlos dignos representantes de una nueva pasión, un nuevo Reino; por esto Él oró.
Pentecostés es una promesa
Cuando estaba con sus discípulos en el monte de los Olivos justo antes de su ascensión, Jesús declaró: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros” (Lucas 24:49). Más antes había dicho: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13). El Padre había prometido este enriquecimiento. Jesús además prometió que Él personalmente cumpliría con esta promesa. Ellos podían depender de eso.
Pentecostés es una predicción
Isaías, el gran profeta de Israel, profetizó acerca del Espíritu Santo que vendría. “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (Isaías 44:3).
Joel añadió una gran palabra en su avivada profecía: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne” (Joel 2:28). En el gran derramamiento del día de Pentecostés, Pedro apoyó y verificó los dramáticos sucesos de fuego, viento, y otras lenguas, citando las palabras de Joel a la maravillada multitud (Hechos 2:16). “Esto es lo dicho por el profeta”, anunció Pedro.
Pentecostés es poder
Para conquistar sus propias tentaciones de la carne y controlar las fuertes pasiones humanas, necesitarían ser especialmente investidos con el poder divino. Sería necesario que los débiles fueran fuertes; los indecisos, valientes. Los necios ahora debían ser sabios; los tímidos, intrépidos. Los de doble ánimo debían convertirse en personas de fuertes convicciones. Todo esto, la plenitud del Espíritu les impartiría.
Pentecostés es orar
Orar en el Espíritu es el orden de oración más alto posible. La preposición “en” indica lugar. El creyente ha pasado al campo del Espíritu, está rodeado por el Espíritu, está envuelto por el Espíritu, ha pasado al reino del Espíritu. Esta no es una experiencia de entrar y salir o de encender y apagar.
En Romanos 8:26 Pablo añade otra palabra que aclara: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no los sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.”
Pentecostés es purificante
Cristo vino a la tierra con el propósito de asegurarse de una novia aquí en la tierra que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante (Efesios 5:27). La Epístola a los Hebreos insta a los creyentes: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (12:14). El Espíritu Santo está para santificar a los hombres. Hemos de participar de su santidad (Hebreos 12:10) y perfeccionar la santidad en el temor de Dios (2 Corintios 7:1).
Juan el Bautista había profetizado anteriormente que Jesús bautizaría con el Espíritu Santo y fuego (Lucas 3:16). El fuego purifica, limpia, purga. Solíamos cantar: “Tú, Cristo de ardiente llama que limpia, manda el fuego, manda el fuego.”
Pentecostés es predicar
Uno de los rasgos más singulares de Pentecostés es que produjo predicadores instantáneos. Los discípulos predicaron con elocuencia y autoridad, brillantemente usando las verdades del Antiguo Testamento para apoyar el mensaje de la muerte y resurrección de Cristo.
Pentecostés es la respuesta final de Dios a la tibieza y apostasía de los últimos días. Pentecostés significa corazones encendidos, vidas totalmente dedicadas, motivadas por una ardiente pasión por predicar a Cristo, y a éste crucificado, a nuestro mundo antes que Él venga otra vez a establecer su eterno Reino. Id y predicad.
Paul E. Lowenbwerg