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EL REY ESPERADO


   Una gran expectativa de libertad política envolvía a los judíos que vivieron en la época de Jesucristo, tenían un sinnúmero de profecías que apuntaban hacia la venida del Mesías. Una de estas profecías se encuentra en el libro de Zacarías en el capítulo 9 (escrito 480 – 470 A.C.)  Narrando la entrada triunfal del Rey sobre un pollino de asna. Anhelaban un libertador del yugo impuesto por el Imperio Romano.

Sin embargo, Jesucristo vino a establecer un reino que no usa la fuerza o la violencia, sino el amor y servicio a los demás: un reino espiritual. Debido a ese contraste, algunos pudieron pensar que su liderazgo era débil, pero los evangelios nos muestran a Jesucristo como Señor y Rey, poderoso para  librarnos del yugo del diablo y del pecado.

El evangelio de Mateo (cap. 21) nos narra la entrada triunfal a Jerusalén. Jesús está a pocos días de dar su vida en la cruz. Por un lado, en su humanidad lucha contra el rechazo de la mayor parte del pueblo, la humillación de ser tratado como malhechor; y la terrible experiencia de cargar con los pecados y enfermedades de toda la humanidad. Pero, por otro lado, la fama del hijo de Dios también iba en aumento, Lázaro había sido resucitado milagrosamente, y mucha gente se acercaba buscando al maestro, para escucharle y recibir de Él. De manera que cuando Jesús se dirige a Jerusalén a celebrar la Pascua: mucha gente esperaba recibirle.

Jesús muestra su Señorío una vez más cuando prepara la entrada a Jerusalén, manda a dos de sus discípulos a traer el animal de carga, y ellos “fueron e hicieron como Jesús les mandó”. De ellos aprendemos la importancia de reconocer a Jesús no solo como nuestro Salvador, sino también como nuestro Rey y Señor, dispuestos a obedecerle en cada cosa que nos pida.

Probablemente los discípulos no entendían completamente, que al llevar el pollino: se estaban convirtiendo en parte del cumplimiento profético en la vida y ministerio de Jesús. Al obedecer somos bendecidos y formamos parte del plan maestro de Dios.  Otra enseñanza digna de mencionar es en la que una simple asna, en manos del Rey, se convirtió en instrumento útil para la obra de Dios; nadie por pequeño o insignificante que se sienta, carece de propósito si dispone su vida para que Dios le use.

Jesucristo, el Mesías esperado, entró triunfalmente a Jerusalén, por un momento el pueblo reconoció que el es Rey y Señor, digno de ser alabado. En nuestros días, reconozcamos también su Señorío y unámonos a los miles que le conocen y adoran. ¡Bendito el que viene el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! Reina en nuestras vidas, hogares y ministerios, que venga tu Reino.

Pbro. Raúl Rosas